A fin de cuentas, un héroe es alguien que quisiera discutir con los dioses, y así debilita a los demonios
para combatir su visión.
Norman Mailer (1923-2007) Escritor estadounidense.
La vida de Aitor era totalmente rutinaria. Se levantaba temprano para ir a la
universidad hasta las tres, llegaba a casa, comía, y se echaba plácidamente la siesta
hasta las cinco en punto. Este era el momento más ansiado del día, era cuando salía al
balcón del patio de vecinos y la contemplaba con la devoción de un feligrés.
No sabía nada de ella. Ni su nombre, ni su edad, ni si estaba soltera o con algún
tipo de compromiso. Y, realmente no le importaba. Aquel momento era sólo de ellos.
Nada más importaba, sólo verla cada tarde, tendiendo la ropa, con su belleza etérea e
imperecedera, con su pelo color azabache bailando con el viento unas veces, recogido
en un moño o coleta en otras. Hasta aquel fatídico día.
Salió al balcón a la misma hora de siempre pero ella no estaba. Esperó toda la
tarde, pero no salió. ¿Qué estaba pasando? Nunca jamás había faltado a su “cita”
secreta. <<Tal vez hoy no ha hecho la colada – pensó>>. Pero al día siguiente tampoco
se presentó, ni al siguiente, ni al siguiente... Ni en todo un mes. Así que se decidió y
salió a investigar.
Cruzó los pasillos hasta la puerta de su vecina misteriosa, su amor platónico, su
diosa desconocida... Se detuvo frente a ella, indeciso, ¿Qué hacía ahora? Llamaba a la
puerta y... ¿qué? No se veía diciendo: <<hola, tú no sabes quien soy pero te observo
todos los días desde mi ventana tendiendo la ropa>> y ella diría: <<¿qué clase de
desequilibrado eres tú?>>. Se quedó observando la puerta largo rato. Pensando,
intentando dar con la manera de explicarle por qué estaba allí. “¡que sea lo que Dios
quiera”- pensó y llamó a la puerta con los nudillos. La puerta cedió unos milímetros
dejando entrever una negrura insondable. Nervioso, cruzó el umbral y caminó a tientas
por el pasillo de entrada.
- ¿Hola? – tanteó - ¿Hay alguien?
- Pasa, muchacho, pasa. – dijo una voz al fondo del corredor. – Te estoy
esperando.
Aitor caminó por el pasillo en penumbra en dirección a la voz que sonaba en el
salón. La habitación se encontraba vacía excepto por una silla enorme ocupada por un
extraño personaje que, estaba claro, no pertenecía a aquella casa. Puede que ni siquiera
perteneciera a ese mundo. El individuo estaba sentado con las piernas cruzadas, llevaba
un extraño atuendo a cuadros blancos y negros con un sombrero a juego de esos que se
ponían los bufones con sus cascabeles dorados colgando. Era extremadamente delgado,
con una sonrisa, imposiblemente larga tocada de unos aguzadísimos colmillos en la
afilada cara, unos brillantes ojos sin iris ni pupila, solo un negro profundo. Aitor se
colocó ante él y aunque estaba atemorizado se plantó ante él con el porte erguido y con
gesto desafiante.
- ¿Quién es usted y donde está la chica que vive aquí? – preguntó
- Tranquilo, perdonavidas – respondió el extraño personaje alzando sus manos
enguantadas al aire – Mi nombre es Belgamuil, y el paradero de la chica...
eso es otra historia, amigo mío.
- Yo no soy su amigo
- Pues te conviene.
- Sólo le preguntaré una vez más...
- No acepto la insolencia ni las bravatas banales provenientes de un espantajo
mortal como tú. – soltó Belgamuil de golpe. Aitor reparó en el aspecto
despectivo con que escupía la palabra mortal – ¡Soy Belgamuil! Debería
mataros a ambos y buscarme otros jugadores.
- ¿Jugadores? – Aitor no le entendía. – a qué se refiere.
- ¡Por dios! – Belgamuil escupió al suelo y continuó hablando - ¿Es que nunca
has oído hablar de mí?
- No.
- Yo soy el mensajero de Satán. Soy la serpiente que le entregó a Adán y Eva
la manzana del pecado primigenio, el diablo que tentó a Jesucristo, y, aunque
en la Biblia no se menciona este capítulo; soy el que incitó a la gente de
Sodoma y Gomorra a una pecaminosa vida de lascivia desmedida.
>> Pero la vida hoy en día se ha vuelto muy aburrida. Así que, de vez en
cuando, me gusta subir a la tierra y poner a prueba la capacidad mental y de
supervivencia humanas. Pero los humanos no sois muy participativos. En cuanto se os
dice que vuestra luctuosa vida circunscrita está en peligro, os echáis para atrás. Así que
me obligáis a hacer algo para que participéis en el juego. Os quito lo que más queréis,
así no tenéis más remedio que jugar conmigo si pretendéis recuperarlo. En tu caso, te he
quitado a tu desconocido amor platónico.
Aitor se puso rojo de furia ante las palabras de Belgamuil. Pero, ¿cómo podía
creer algo así? No sabía exactamente qué o quien era su interlocutor pero... ¿un
demonio? ¡Por Dios, era absurdo! Pero eso del juego... a Aitor no le gustaba nada como
sonaba aquello. Aún así...
- ¿En qué consiste el juego? – preguntó decidido.
- Me alegra que te muestres así de colaborador
Belgamuil se levantó de su silla y esta desapareció en un nube de humo como si
nunca hubiera estado allí. Caminó hacia Aitor y se agachó cuan largo era – más de dos
metros – hasta que tuvo la cara de Aitor frente a la suya.
- El juego es muy sencillo, sólo tienes que sobrevivir hasta el final.- le explicó.
– Yo te pondré a prueba con tres sencillos juegos en los que demostrarás que
todo ese valor e inteligencia que muestras son algo más que simple fachada.
¿Qué te parece? ¿Estás de acuerdo?
- Por supuesto, adelante.
Belgamuil empezó a reír estruendosamente al tiempo que daba enormes saltos a
derecha e izquierda. Tan de repente como había empezado, se detuvo y miró a Aitor con
una sonrisa maliciosa en su rostro afilado. Chasqueó los dedos y todos los muebles de la
estancia desaparecieron ante la atónita mirada de Aitor. De la pared salieron unos
enormes pinchos afiladísimos, y la puerta desapareció entre ellos. Belgamuil
desapareció de repente y Aitor se quedó sólo en la habitación.
- Lamento muchísimo ser tan tediosamente costumbrista, - La voz de Belgamuil
surgía de ninguna parte y de todos los lugares de la habitación - sé que no hay
película de aventuras en que no aparezca una habitación como ésta. Pero es que
me chiflan las muertes lentas, Que le voy a hacer soy un sentimental. En fin,
primera prueba: ¿Qué soy sí, en la mañana, ando a cuatro patas, en la tarde con
dos, y en la noche; con tres? ¡Tiempo!
Las paredes de la habitación comenzaron a desplazarse lentamente hacía Aitor.
Los pinchos que sobresalían le miraban con la expectación de saborear la sangre que
circulaba por su cuerpo. Aitor intentó concentrarse para hallar la respuesta. Por la
mañana... a cuatro patas... por la tarde... a dos... por la noche... a tres... mañana, tarde
noche... El tiempo se acababa y, Aitor no lograba encontrar la respuesta, y la estertórea
risa de Belgamuil, que resonaba en todo el cuarto, no ayudaba demasiado.
- ¡Lo sé! – gritó de pronto Aitor, las paredes se detuvieron dejando la
habitación en el más absoluto de los silencios – la respuesta es el hombre. La
mañana es cuando eres un bebé, que andas a gatas, la tarde es la juventud y
la madurez, que andas erguido, y por último; la noche, es la vejez, cuando te
apoyas en un bastón.
Hubo un silencio total en el cuarto y después las paredes de pinchos
desaparecieron. Sin que Aitor se diera cuenta, se encontraba ahora colgado por las
muñecas del techo de la estancia. El suelo había desaparecido y el se encontraba
suspendido sobre un mar de fuego.
- Muy bien, enhorabuena – dijo Belgamuil – has acertado, pero esta primera
prueba era muy sencilla. ¿Te parece que pasemos a la segunda?
- Adelante – respondió Aitor con decisión.
- Muy bien, allá va: si estoy contigo no me ves y si estoy tampoco, si estoy
con otra persona no la ves ni a ella, ni a mi, si no estoy a ella la ves pero a mí
no.¿Qué soy?¡Tiempo!
Aitor notó que el nudo que le ataba las muñecas se soltaba poco a poco. La voz
de Belgamuil resonaba socarrona en la habitación. “tic, tac, tic, tac…” decía una y otra
vez. Aitor pensaba y el nudo se aflojaba cada vez más. No encontraba la respuesta. De
pronto el nudo se soltó y Aitor tuvo que sujetarse a la cuerda con su mano derecha. Las
llamas le lamían los pies, y podía notar como la suela de sus zapatillas se derretía
lentamente. “tic, tac, tic, tac…” repetía sin cesar. Los ojos de Belgamuil se le
aparecieron en la mente aquellos ojos tan negros como...
- ¡La oscuridad! – gritó Aitor al tiempo que caía
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