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jueves, 30 de mayo de 2013

Diarios de Muerte 2 - Ankh - City, esa ciudad

La lluvia cae en un aguacero interminable, empapándome, recordándome a cada paso el
lamento de un niño. Repiquetea en los coches y en el suelo, creando charcos allí donde no los había
unos segundos antes. Oscureciendo la claridad, empapando mi tristeza. Mi padre solía decir que
la lluvia sólo moja a quien se deja. Creo que quería decir algo así como que si dejas que el dolor y
la pena te consuman, lo harán. Mi padre era una gran hombre, eso sin duda. Siempre decía
“Alex, lo que tienes que hacer es buscarte un buen hombre y dejar la policía, no es vida para nadie,
yo lo sé bien”. Se que él sólo pretendía que fuera feliz, como él nunca había sido. Pero, la verdad
es que de la única manera de la que soy feliz es trabajando en la policía.

viernes, 24 de mayo de 2013

Diarios de Muerte 1 - Rojo Sangre (Kai)




24 de Julio de 2010


La veo correr, intentar huir de mí. ¿Qué pretende? ¿Cree en serio que lo conseguirá? Yo la sigo tranquilamente, sin ningún tipo de prisa, ¿para qué? La acabaré cogiendo. Se gira, lágrimas en sus ojos, miedo en su mirada, y, al mismo tiempo, certeza. La certeza del final, la certeza de que no hay modo de huir. Ha llegado a la puerta e intenta girar el pomo... estúpida, ha perdido unos segundos preciosos. La tengo en mis manos, la agarro del cuello y tiro hacia arriba de ella, le golpeo con el dorso de la mano, después con el revés. Su cara gira con violencia al ritmo del sonido de la bofetada.

lunes, 20 de mayo de 2013

La casa de Onix


"esta nueva historia la dedico, humildemente, a todo el que leyó la primera y pidió más. Y por supuesto y ante todo a mi madre, mi padre sin cuyo apoyo no sería capaz de seguir con esta locura. Vosotros y
sólo vosotros sois los dueños de este reino de fantasías" J.A.P.P.

No hagáis el mal y no existirá. Leon Tolstoi (1828-1910) Escritor ruso.

N. del A.---> para todo el que no lo sepa el ónix es una forma opaca del cuarzo, generalmente,
de color negro; calificado como piedra semipreciosa.

- Este lugar te encantará, ya verás Guille- dijo Rafael
El pequeño de doce años miró a su padre incrédulo. "¿Que esto me va a
gustar? Lo dudo" pensó el muchacho arrugando el ceño. Estaban en un
pueblo de "vetetúasaberdonde" sin teléfono, sin televisión y sin rastro de
civilización en muchos kilómetros a la redonda. Al menos, no había
civilización... ¡menor de sesenta años aparte de su propia familia! Guillermo
sabía que no iba a ser feliz. ¿Cómo iba a poder serlo en un pueblo lleno de
cuasi-jubilados?

La noche que te perdí


Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando.
Rabindranath Tagore (1861-1941) Filósofo y escritor indio.

Llovía a cántaros en el cementerio de La Almudena. Una familia rodeaba un
nicho, todos vestían el más riguroso luto, y las lágrimas afloraban a sus
rostros sin poder ni querer contenerlas. Entre ellos, Julián se sentía mareado.
¿Cómo había podido suceder? ¿Quién había hecho aquello? ¿Por qué?
Él no recordaba nada.
Según los informes policiales alguien había intentado entrar en su chalet para
saquearlo. A él le habían herido en el rostro. Al parecer, el asaltante, le metió una
escopeta en la boca y había apretado el gatillo. Su cerebro había quedado dañado y
no podía recordar nada de aquella noche. Había perdido una oreja y tenía la cara
destrozada, y según los médicos tuvo suerte de que el disparo se hubiera desviado. Si
no, estaría muerto. Sandra, su mujer, no había sido tan afortunada. Había sido violada
y asesinada. La encontraron con tres disparos en el pecho. Y, por desgracia, no
habían encontrado aún al asaltante.
Los sepultureros introdujeron la tumba dentro del nicho. De pronto, conforme
veía la tumba entrar en el nicho, Julián cayó de rodillas, apoyado sobre sus manos,
incapaz de sostenerse en pie. La familia de Sandra, su familia, le ayudó a levantarse.
Sandra… En el aire olía su perfume, si guardaba silencio, su risa y su voz acudían a
su mente con prístina claridad. Pero tan sólo recordaba eso. ¿Cuál era su grupo
preferido? ¿Cuál su color favorito?... ¿Cómo era su rostro?
Se echó agua en la cara y se miró en el espejo. El lado izquierdo de su rostro
estaba totalmente desfigurado. Los perdigones de la escopeta habían arrasado todo
cuanto habían tocado. Tenía la carne quemada así como un enorme agujero justo en
el lugar por donde salieron todos los perdigones. “Soy un monstruo”- le dijo a su
reflejo. Apartó la vista y comenzó a caminar hacia el salón. Se sentó en su sillón de
cuero negro y cogió el álbum de fotos de encima de las mesa. Ahí estaba ella.
Sonriendo a la cámara. Sonriéndole a él.
El reloj de pared sonó ansiando con su tintineo quejumbroso las diez y media.
Cuando sonaron todas las horas, las luces se apagaron de repente. Julián se levantó
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del sillón y se dirigió al vestíbulo, donde estaba el cuadro eléctrico. Al llegar al pasillo
una visión le dejó helado en el sitio.
A primera vista no reconoció de que se trataba hasta que estuvo a unos
milímetros. La moqueta verde se teñía de escarlata a dos milímetros de sus pies, y un
poco más adelante, el cadáver de Sandra, yacía en el suelo con los brazos y las
piernas íntegramente abiertos, y tres grotescos y artificiales agujeros en el pecho que
se unían en uno sólo. De pronto escuchó una voz que sonaba desde un lugar
indefinido de la casa y, al mismo tiempo, en todas partes.
“Tu vives y yo muero. No es justo...”
La luz volvió tan repentinamente como se había ido. Julián se quedó paralizado
en el medio del pasillo. El cadáver había desaparecido delante de sus narices ¿Qué es
lo que había pasado?
Volvió al salón atribuyendo lo sucedido al cansancio y a las intensas emociones
vividas. Se sentó de nuevo en su sillón y siguió contemplando las fotos.
Se le cayó el álbum al suelo.
Todas las fotos en las que el salía, su cara, aparecía tal y como la tenía ahora,
destrozada. Volvió a escuchar otra voz pero esta vez fue distinto. Notó el aliento en el
oído y fue algo así como un susurro con voz de mujer.
“Voy a por ti”
Despertó aún con los hechos de la noche anterior en la cabeza. Apenas había
conseguido dormir algo. Había dormido un par de horas a lo sumo, pues, durante toda
la noche; aquellas duras palabras que, ahora, atribuía a su mujer no cesaban de sonar
en su cabeza. “Tu vives y yo muero. No es justo...” ¿A qué venía aquello? ¿Acaso su
mujer había sido tan egoísta como para perseguirle después de la muerte solo por que
aquel asesino no había conseguido matarle a él también? Por más que intentaba
convencerse, Julián, no encontraba otra explicación. Pero, ¿por qué?
Se levantó de la cama, entró en la ducha, y giró el grifo del agua fría. Una
ducha fría era justo lo que necesitaba para despejarse. Pero de pronto el agua se
calentó, tanto que Julián tuvo que salir de debajo del grifo de la ducha. Al mirar al
suelo se quedó blanco. El agua hervía sobre el plato de ducha.
“No es justo...” – le recordó la voz de Sandra.
Estuvo fuera de casa todo el día cuando entró por la puerta un escalofrío le
recorrió la espalda. No quería estar allí. Escuchó atentamente, buscando algún sonido
que le anticipara el acaecimiento de alguna desgracia. Un crujido de madera sobre su
cabeza, la televisión del primer piso que se había dejado encendida... Nada. Comenzó
a subir las escaleras al primer piso para quitarse la ropa que había llevado todo el día
y estaba sucia. Al llegar al penúltimo escalón la madera se hundió bajo sus pies. Cayó
escaleras abajo y se golpeó en la cabeza. Pero, en su inconsciencia, los recuerdos
volvieron como una bruma. Y se encontró a sí mismo explicándole lo sucedido.
2
Volvía de una reunión en el trabajo. Sandra estaba en casa, en alguna parte.
La llamé, había tenido un mal día. Habíamos perdido uno de nuestros mejores
clientes. Necesitaba consuelo
- Dime cielo, ¿qué tal el día? – me preguntó con su voz cantarina
Llevaba puesto un camisón rosa semitransparente. Estaba muy atractiva. Noté
como la temperatura de mi cuerpo ascendía. Se acercó contoneándose, me rodeó con
sus finos brazos y me besó con ternura. Yo la abracé firmemente, aún cuando ella me
soltó y separó nuestros labios no la solté. Bajé los brazos muy despacio tratando de
desabrocharle el vestido. Pero ella se negó a que lo hiciera.
- Hoy no cariño – me dijo – estoy muy cansada.
- Siempre estás cansada. – la solté bruscamente.
- Lo siento.
- No. Yo lo siento, he tenido un mal día.
Volví a fundirme en sus brazos y entonces lo vi.
- ¿Qué es eso que tienes en el cuello? – pregunté separándome de ella.
- Es un moretón, Julián. Me di un golpe el otro día.
Podía leer la mentira en sus ojos, en sus labios, en sus gestos, a Sandra nunca
se le dio bien mentir.
- Me estás mintiendo – la acusé
Sandra bajó la mirada. Tratando de ocultarse de mi. Sabía lo que aquello
significaba. Me estaba engañando.
Subí a la primera planta, al dormitorio. Cuando me reuní de nuevo con ella,
llevaba la escopeta en las manos. La disparé una vez, directo al pecho. Pero seguía
viva. No quería verla sufrir, así que volví a disparar de nuevo, y una tercera para
asegurarme. Después introduje la escopeta en mi boca y apreté el gatillo. Fallé.
Sobreviví.
Pero lo peor vino unos días después. Cuando la policía vino y me dijo que la
habían violado antes de asesinarla.
En ese momento lo entendió todo.
Sandra no le estaba engañando. La habían violado. ¿Cómo podía él haberlo
sabido si ella no se lo había dicho?
Es curioso como reaccionan los hombres ante el dolor. Unos lloran
desconsoladamente, otros gritan hasta quedar afónicos. Otros, sencillamente cogen la
escopeta con que han asesinado a su esposa, que cayó bajo las escaleras de
madera; y se vuelan la tapa de los sesos. Pero esta vez no fallan...
FIN

viernes, 17 de mayo de 2013

En tus ojos


En tus ojos me perdí
Sin querer encontrar el camino
pues pensaba cuando me perdí
que realmente no estaba perdido

Insomne (un retrato de la locura)


¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) Dramaturgo y poeta español.
Sólo es capaz de realizar los sueños el que, cuando llega la hora, sabe estar despierto.
León Daudí (1905-1985) Escritor español.
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Miguel cayó como un yunque al suelo. Carlos miraba desde arriba
arrojando improperios y salivazos al muchacho que yacía en el suelo
sangrando por el labio. “¡maricón!- gritaba – levántate si tienes huevos”.
Miguel pensó en levantarse, en volver a plantarle cara a aquel matón, pero se
dio cuenta de que sería inútil. Que sólo le serviría para seguir recibiendo
golpes. Además, no le gustaba pelear; él no había empezado aquella pelea. Y
él no sería quien la iba a acabar. Cuando Carlos se cansó de insultarle y se
encontró con la boca demasiado seca como para seguir escupiéndole, recogió
su mochila y se fue por donde había venido. Miguel se levantó despacio,
dolorido por los golpes que había sufrido por todo el cuerpo. Cuando estuvo
de pie se levantó la camiseta lentamente y se miró los morados. Tenía el
cuerpo plagado de ellos, le dolía hasta respirar.
“Maldito Carlos - pensó – Algún día me las pagará”
Cogió su mochila y se la colgó en la espalda entre pinchazos de dolor.
Cuando llegó a casa estaba vacía, como siempre. Mamá estaría en la
cafetería mugrienta donde trabajaba día y noche y papá en su taller
batallando con los recambios de cuarta mano que se negaban a funcionar
correctamente, o, lo que era más probable; en el bar alegrándose las penas a
base de vino. Tanto mejor, así podría irse a la cama sin tener que dar
explicaciones por el ojo morado o el labio partido. Abrió la puerta de su
cuarto con un chirrido de bienvenida, se despojó de su ropa y así tal cual, se
fue a la cama.
Y soñó. Y eran sueños alegres. Sueños en los que a Carlos lo
atropellaba un automóvil de color azul y blanco y acababa con su mísera vida.
1
Sueños en los que llegaba a casa del colegio y sus padres le esperaban en
casa con los brazos abiertos, por que eran millonarios y no necesitaban
trabajar. Se despertó feliz, con una sonrisa de oreja a oreja.
Sonaba el despertador y, aunque a veces el “pi, pi, pi” del despertador
le resultaba molesto, esa mañana no. Se había levantado henchido de
regocijo. Aunque pronto se le pasó, por que recordó aquello que escribió un
sabio cuyo nombre no sabía. “Los sueños, sueños son”, y, como tales,
quedaban en eso. Espejismos de deseos cumplidos que nunca se harían
realidad.
[...]
Llegó a clase con la hora pegada, como siempre y reparó en el pupitre
contiguo. Allí estaba, como siempre, su archienemigo, Carlos le echaba
miradas maliciosas desde su pupitre. Le miraba, sonreía, y se pasaba el dedo
índice por la garganta. Miguel sabía perfectamente lo que significaba aquel
gesto.
A la salida del colegio Miguel se dirigió a su casa con paso presuroso.
Cruzó la carretera y se quedó clavado en la acera cuando escuchó la voz que
la llamaba.
- ¡Eh, tú! Gallina – no le hizo falta girarse para saber de quien
se trataba – no huyas.
Miguel se giró sin moverse del sitio y vio a Carlos aproximarse. Fue a
cruzar la acera y... Fue visto y no visto. Miguel no sabía qué le había
salpicado la cara hasta que se palpó y notó el tacto viscoso y cálido de la
sangre. Lo había visto. Un coche patrulla arroyó a Carlos y lo destrozó por
completo. Iba con las sirenas puestas iría a alguna emergencia. Sus brazos
habían ido por un lado, su cuerpo por otro.
Un coche blanco y azul....
El sueño se había cumplido ¿Cómo era posible?
Retumbó en su cabeza “Los sueños, sueños son” una y otra vez, como
un martillo.
Al principio se quedó estupefacto no sabía que hacer. Echó a correr
hacia su casa. La sangre de Carlos le nublaba la visión. Goteaba desde su
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frente y rozaba sus labios. “Los sueños, sueños son”. La frase destelló en su
cabeza una y otra, y otra , y otra vez. “Los sueños, sueños son” “Los sueños,
sueños son” “Los sueños, sueños son” “Los sueños, sueños son”. Los sueños la
vida es, le corrigió su mente.
Paró en seco levantando una nube de arena del parque. ¿Qué se iba a
encontrar al llegar a casa? Según sus sueños, (si debía fiarse de ellos) sus
padres ahora serían ricos. ¿Seguiría viviendo en el mismo sitio? En aquel
“pisucho” de cincuenta metros cuadrados? Esperaba que, si se mudaban al
menos le habrían esperado. Llegó a la carrera a su casa. El bloque, al menos,
seguía en el mismo sitio. Abrió el portal y subió las escaleras de piedra como
había echo la otra tarde. Abrió la puerta de su casa y allí estaban sus
padres, de pie ante el televisor abrazados entre lágrimas y con una sonrisa
en el rostro. Se soltaron y su padre caminó hacia él sin dejar de sonreír.
- Nos ha tocado – dijo cuando estuvo a un palmo de él. – el
euro millón hijo.
Miguel reparó en el boleto que su padre tenía en la mano. Era el
boleto del euro millón. Miró el número del boleto y después el de la pantalla
del televisor.
Era el mismo. Dirigió su vista un poco más hacia abajo. Dos millones
trescientos mil euros e un único acertante... ¿Qué posibilidades había?
Su sueño se había hecho realidad.
¿Los sueños, sueños son? – dijo su mente
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2
Aquella noche, Miguel, no pudo pegar ojo. Una idea se repetía en su
cabeza y le hacía estremecerse. Sentía unas corrientes eléctricas que le
recorrían la espalda y el gélido aliento del miedo soplaba en su nuca. Si sus
sueños se hacían realidad... ¿Qué posibilidades habría de que fuera así
también con sus pesadillas?
3
Miguel cerraba los ojos una y otra vez. Pero su mente, temerosa, no
se dejaba vencer por el placentero estupor del letargo. Dio vueltas en la
cama una, y otra, y otra vez. No consiguió nada.
Llevaba cerca de dos horas mirando el blanco techo de su pared
cuando, demasiado agitado para permanecer tumbado se levantó de la cama.
Salió de su cuarto y recorrió el estrecho y oscuro pasillo que separaba su
cuarto del comedor. Se detuvo a mitad de camino. Al fondo, de la puerta del
vestíbulo de entrada, vio salir una luz anaranjada que se reflejaba en la
pared con una danza parpadeante. ¿Qué era aquello? Miguel se acercó
despacio dejando la negrura del pasillo a sus espaldas. En el silencio de la
noche podía oír sus propios pasos en el pasillo como si estuvieran
amplificados, tap, tap, tap... Giró el recodo del salón para salir al vestíbulo y
cuando vio lo que significaba aquella luz su rostro se tornó blanco como la
cal. La cocina, el vestíbulo, y parte de la puerta de entrada estaban en
llamas. Miguel no tuvo tiempo de pensar e hizo lo único que su mente de
dieciséis años fue capaz de concebir. Corrió de nuevo hacia el pasillo y entró
de sopetón en el dormitorio de sus padres.
- ¡Papá! ¡Mamá! – gritó
De pronto se fijó en algo extraño. Su madre estaba recostada sobre
su padre y parecía que estaba llorando. Se giró con los ojos arrasados en
lágrimas. Y las manos cubiertas de sangre. El dolor bullía en su rostro de
ojos enrojecidos, la sangre, que manaba de debajo de un cuchillo clavado en
el vientre de su padre, manchaba sus manos.
- ¿Qué has hecho hijo? – preguntó su madre - ¿Qué has hecho?
En ese instante Miguel se despertó. El sudor brillaba en su frente con
la luz de la luna y había mojado su almohada. Ahora sí que no podría dormir.
Tenía que evitar que aquello se hiciera realidad, que el sueño quedara en eso.
Un sueño.
¿Los sueños, sueños son? – repitió su mente. Esta vez la voz sonó
maliciosa.
4
Por la mañana su padre y él fueron al banco, era viernes y con la
ilusión que tenían sus padres con el premio, le dejaron pasar las clases por
alto. Miguel no les había contado nada sobre los sueños que había tenido
aquella noche.
Cuando salieron del banco el padre de Miguel le dio al muchacho
cincuenta euros.
- Para que salgas por ahí esta noche hijo – le indicó – celébralo
con tus amigos.
Miguel cogió los cincuenta euros con una sonrisa en el rostro, fingida,
por supuesto. Caminaron por la calle sin hablar casi diez minutos hasta que
el padre de Miguel se metió en un bar y le indicó que fuera a dar una vuelta
y estuviera en casa para la hora de comer.
El muchacho anduvo por la calle como un espectro, absorto en sus
cavilaciones. Estaba agotado, después de la pesadilla, no había podido
dormir en toda la noche. No paraba de repetirse una y otra vez, ¿y si se
hace realidad? No. No podía permitirlo. Aún no percibía cómo, pero lo
evitaría a toda costa.
De pronto una lucecilla se encendió en su cabeza.
Con los cien euros que llevaba en el bolsillo podría comprar algo que le
mantuviera despierto toda la noche. Buscó una farmacia a toda costa. ¡Tenía
que haber algo! Algún medicamento que le ayudara. Entró en la primera
farmacia que encontró y observó al hombre que le miraba desde el otro lado
del mostrador con gesto de superioridad. Era un hombre más que delgado,
consumido, tenía la coronilla al aire, sin ningún pelo que la cubriera; y llevaba
unas enormes gafas de pasta que no hacían más que caérsele.
- ¿Qué desea? – preguntó cortés.
- Necesito algo para mantenerme despierto toda la noche – al
ver que el hombre le miraba con gesto desaprobador, Miguel
agregó – Es que tengo un examen el viernes y tengo que
estudiar.
- Por supuesto que tengo algo. Pero no se lo voy a dar.
- ¿Por qué? ¡Lo necesito! – Miguel empezó a ponerse nervioso.
- Verá la cortamina no es un medicamento que se venda así
como así. Necesita receta.
- Le daré cien euros por ella.
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- Ni por doscientos, hijito – el hombre levantó la mano y
comenzó a agitarla en el aire – y ahora fusfús.
- ¿Fusfús?
Miguel saltó por encima del mostrador y agarró al hombre del cuello.
Los dos cayeron hacia atrás y el farmacéutico se golpeó con una estantería
en la cabeza antes de caer al suelo. Miguel le soltó en ese instante. Y
comenzó a llamarle. Al ver que no respondía le golpeó en la cara. Seguía sin
responder. Miguel colocó su oreja derecha sobre el pecho del hombre. Su
corazón no latía.
- ¿Qué he hecho? – se preguntó a si mismo.
La irritante vocecilla de su mente le contestó:
- Matarle, ¿es que no lo ves?
- Pero yo no quería hacerlo – respondió.
- Yo no quería, yo no quería... Eres un maldito llorón, Miguel – le
contestó de nuevo - ¡Pues lo has hecho! ¡Asume las
consecuencias de tus actos de una maldita vez!
- ¿Y ahora que hago?
- Devolverle a la vida, ¿No te jode? ¡Esconde el puto cadáver
idiota!
Miguel se incorporó y agarró al farmacéutico por los pies y lo
arrastró hasta la trastienda. Observó a su alrededor y vio una enorme
cámara frigorífica al fondo de la botica arrastró el cadáver hasta allí, abrió
la puerta e introdujo dentro el cadáver. Cerró de nuevo la cámara y buscó
las llaves de la farmacia. Reparó en un armario metálico pequeño que colgaba
de la pared. Lo abrió y sacó las llaves.
Salió de la farmacia y, tras asegurarse de que nadie le veía. Cerró la
tienda y bajó el cierre metálico. Se alejó con paso presuroso y sólo se
detuvo cuando creyó estar lo suficientemente lejos. Miró a su alrededor y
vio que estaba en un parque. Se sentó en un banco y hundió la cabeza entre
las manos.
- ¿Qué he hecho? – preguntó en voz alta al aire.
- Matar al farmacéutico – respondió la voz de su mente.
- Ha sido un accidente
6
- ¿Y? ¿Tú crees que eso le importará a la policía? Yo te
respondo. ¡NO! Me parece, amigo mío, que vas a pasar unos
añitos entre rejas con la única compañía de tu voz interior.
Miguel sabía que lo que su mente le decía era cierto. Pero, por otra
parte, no tenían por qué encontrar el cadáver. Es decir, el único que sabía
que el farmacéutico estaba muerto era él. Y no tenía en mente delatarse. Se
felicitó a sí mismo por su inteligencia y velocidad de raciocinio. Ahora tenía
que resolver el otro problema. ¿Dónde encontraba algo que lo mantuviera
despierto? De pronto recordó algo. Ricardo, un amigo suyo, le había
mencionado un lugar donde vendían drogas. Cocaína, anfetaminas,
quetamína... cualquier cosa le valía, siempre y cuando le mantuviera
despierto. Y ya que no podía hacerlo de manera legal...
3
Después de cenar se metió en el baño y echó el pestillo. Metió la mano
en el bolsillo trasero de sus vaqueros y sacó la bolsita que le habían vendido.
Cogió una de las pastillas y la partió por la mitad, guardó una mitad y se
metió la otra en la boca. Bebió agua directamente del grifo y se tragó la
pastilla. Salió del baño y despidiéndose de sus padres, se fue a acostar.
La pastilla hizo su efecto y aún más. No sólo le mantuvo despierto
toda la noche, sino que tampoco le permitía quedarse quieto. Daba vueltas
arriba y abajo por toda la habitación. Las paredes le agobiaban. Necesitaba
salir, que le diera el aire. Encendió la luz de su habitación y salió a la
terraza. El aire le renovó, aunque seguía sin encontrarse bien. Además el
sueño empezaba a asomar. Volvió a su habitación con la intención de coger
otra media pastilla. Cuando entró se encontró con su padre tenía su bolsa de
pastillas en la mano.
- ¿Qué significa esto? ¿Así es como os divertís los jóvenes hoy
en día?
- No, papá puedo explicarlo yo...
Su padre se levantó y le dio una bofetada en la cara que lo tiró al
suelo. Se guardó las pastillas en un bolsillo de la bata y se dirigió a la
habitación con un amenazador “Ya hablaremos mañana”.
7
- ¿Vas a tolerar eso? – le dijo la voz de su mente.
- ¿Y qué quieres que haga?
- Mátalo
- Pero... es mi padre...
- Mátalomátalomátalomátalo ¡MÁTALO!
- ¡No! ¡No pienso hacerlo!
- ¿Qué más da? Ya has matado al farmacéutico. Y tu padre no
es más que un pobre borracho que pega a tu madre cuando
consigue su cota máxima de alcohol. Acaba con su miserable
vida.
Miguel reconoció que la voz tenía razón. Cuando su padre llegaba a
casa más borracho de lo normal, que era muy a menudo, Miguel le oía abrir la
puerta de su habitación y después le oía insultar y pegar a su madre.
Merecía morir, definitivamente.
Salió de su habitación y entró en la cocina, abrió el cajón de los
cubiertos y sacó el cuchillo con el que su madre cortaba el jamón. Era un
cuchillo con mango de madera y filo alargado y estrecho. Caminó sin hacer
ruido por el pasillo, aún así sus pasos retumbaban en sus oídos como el toque
de un tambor. Tap, tap, tap... llegó a la altura de su habitación... tap, tap,
tap... abrió la puerta del cuarto de sus padres y entró dentro. Dio la vuelta a
la cama poniéndose en el lado de su padre. Alzó el cuchillo y, clavando la
vista en el rostro de su padre, lo bajó de golpe. Una vez, dos, tres, así hasta
diez veces. Su padre se había despertado a la primera, pero a Miguel le dio
igual. Cuando hubo acabado dejó el cuchillo en el vientre de su padre y salió
de la habitación.
Pero ahora sabría todo el mundo que había sido él. Tenía que eliminar
las pruebas. Abrió el armario de las herramientas de su padre y cogió un
bote de barniz y una garrafa de gasolina que su padre siempre guardaba en
el armario. Vació los dos líquidos junto a la puerta de entrada del piso y,
desde fuera, echo una cerilla el líquido prendió muy rápido. Quizá
demasiado. El fuego llegó hasta la cocina donde encontró una minúscula fuga
de gas que hizo explotar el piso.
Al día siguiente los bomberos seguían teniendo su camión aparcado
junto a la puerta del bloque. Todo el edificio había sido consumido por las
llamas. Nadie sabía como ni por qué... aún.
8
Prólogo
10 Años más tarde.
Su paso era renqueante, y andaba haciendo eses. La gente se
apartaba a su paso, no sabía si era debido a su hedor nauseabundo o a su
aspecto ultrajado y macilento. De pronto se paró. Siempre lo hacía al llegar
allí. El edificio seguía teñido de negro por las llamas del pasado pero se
mantenía en pie. Tenía unos cimientos sólidos.
9

El Trato (el retorno de Belgamuil)


 A todos los que conformáis este reino de fantasías, muchas gracias. Ami amigo, mi hermano casi, Ander, y a Cris, no por ser su pareja, si no por concederme el placer de ser mi amiga,gracias. Y a Belgamuil
por llegar a mi imaginación y contarme su historia desde los recovecos de mi mente. Bienvenidos a mi reino de oscuridad de nuevo...

Elena sostenía su mano con ternura mientras con la izquierda acariciaba su
rostro. Una lágrima solitaria se derramaba por su cara, surcándola,
definiendo su formación. Acariciándola. Se le iba, lo sabía. Su amor platónico,
su señor, moriría aquella noche. Tras días y noches de sufrimiento, de
alguna manera, no sabía como; tenía la certeza de que hoy, por fin acabaría
su agonía y continuaría la de Elena. Hubiera dado cualquier cosa por ponerse
en su lugar, por ser ella la que moriría. Jose Manuel Sotomonte, que así se
llamaba su señor, abrió los ojos por un momento y mirándola sin verla, le dijo:
– Bella Elena, ¿Qué te sucede?¿Qué atormenta tus pensamientos?
– Oh, mi señor – respondió secándose las lágrimas – disculpadme, no sabía
que estabais despierto.
– ¿Por qué lloras, Elena?
– Por vos, mi señor. ¿Qué será de mi ahora? Llevo toda mi vida en esta casa.
En ella nací, y en ella me crié, junto a... junto a vos.
– Purga tu mente de dolor, Elena, que el miedo no corroa tus entrañas, pues
cuando yo parta,no te quedarás sola, lo juro por mi honor, que será lo único
que me quedará tras esta noche, me temo.
Cuando terminó de decir esto, el buen conde exhaló un último suspiro y expiró.
Elena rompió a llorar. En el exterior llovía intensamente. “Hasta los ángeles
lamentan mi pérdida”, pensó. El cielo continuaría llorando al día siguiente
mientras enterraban al conde. Elena, que no podía más con el dolor tuvo que
salir del cementerio. Cuando llegó a la casa, recogió sus cosas para irse. En
eso estaba cuando su vista se posó sobre la cruz que había sobre el cabecero
de la cama. Se quedó unos instantes mirándola y después se arrodilló frente a
la cama. Juntó las manos y comenzó a rezar diciendo:
– Rezo cada día. Nunca, jamás te he pedido nada. Voy a misa puntualmente
cada día y cada día me confieso. Sólo te pedí una cosa, quería tenerle a mi
lado. ¿O es que pretendes condenarme al celibato? No sé que planes tienes
conmigo, pero puedes ir olvidándolos. No quiero saber nada de ti. Desde hoy
renuncio a mi religión. Renuncio a ti, que no cuidas de tus hijos.
Se levantó y continuó con el petate. Quería irse cuanto antes. Esa casa era un
cúmulo de recuerdos. De dolor, ahora. Jamás volvería. Abrió la puerta y se
enfrentó a la oscuridad creciente.
La noche le daba la bienvenida con un manto de estrellas como guirnaldas de
fiesta. Las nubes se habían retirado a dormir y la luna se abrió paso en el cielo
nocturno. Elena caminaba despacio, sintiendo el peso de la mochila en la
espalda, y el del dolor de la pérdida en el corazón. Sin previo aviso, el suelo se
abrió bajo sus pies. Un pestilente olor a azufre y carne quemada invadió el
aire. El fuego salió de la grieta cegando temporalmente a Elena. Cuando
recuperó la visión deseó haberse quedado ciega. Una criatura de unos tres
metros de altura se cernía ante ella. Tenía la cabeza de un perro y unas astas
enormes, cuerpo humano y unas patas de cabra. Un pelaje negro cubría todo
su cuerpo humeante. Clavó en ella unos ojos rojos carentes de iris y pupilas y,
con voz atronadora habló así:
– ¿Qué tenemos aquí? - la criatura se inclinó y miró a Elena más de cerca –
Parece que has renunciado a tu dios pequeña mortal.
Elena, sin palabras miró a la abisal criatura. Se había quedado paralizada, no
sabía qué hacer o decir. Se limitó a mirar a la bestia sin decir nada.
– ¿Sabes? - dijo la criatura exhalando su fétido aliento a azufre – yo podría
ayudarte
– ¿Qué quieres decir? - preguntó Elena.
– ¡Vaya! Si sabes hablar. Es muy sencillo. Yo puedo resucitar a tu amor perdido,
Elena. Por un módico precio, eso sí.
– ¿Quién eres tú? ¿El diablo?
– ¿El diablo? ¿Yo? No, mi nombre es Belgamuil. Sólo soy un tipo al que le gusta
divertirse. ¿Qué me dices? ¿Juegas?
Elena se quedó pensativa, no sabía qué hacer, como iba ella a saber si aquella
criatura no trataba de engañarla. Aún así...
– De acuerdo, - acordó – jugaré a tu juego, pero si tratas de engañarme...
– Jamás osaría, ¿por quién me tomas por Lucifer? - Belgamuil rió su chiste y se
la quedó mirando a los ojos a continuación – De acuerdo, estas son las
normas. Tendrás que responderme correctamente a tres preguntas. Si fallas
una sola, y no doy segundas oportunidades, tu alma será mía hasta el fin de
los tiempos, y haré con ella lo que me plazca. Y me placen unas cuantas cosas,
créeme – El diablo la miró de arriba a abajo y se relamió, lascivo. - Pero si
aciertas, y atenta que este es el premio gordo, resucitaré a tu amor para que
disfrutes de él tanto como quieras. ¿Estás lista?
– Sí.
– Lo dudo pero en fin.
Belgamuil chasqueó los dedos y el suelo empezó a derrumbarse. Bajo las
capas de tierra que caían rugía un mar de lava ardiente.
– ¡Oh! Cuan despistado soy – dramatizó el demonio – olvidé comentarte lo del
tiempo. En fin si caes en una de mis trampas, también perderás. ¡Primera
pregunta! ¿Qué pesa más un kilo de paja o uno de plomo?
– No caeré en un truco tan trillado, demonio – contestó Elena – pesan
exactamente lo mismo un kilo.
– ¡Vaya! Muy, pero que muy inteligente, tesoro.
Belgamuil chasqueó los dedos de nuevo y el paisaje cambió. Elena se
encontraba en un prado verde, atada de pies y manos, y una manada de
bisontes en estampida se dirigía a ella a toda velocidad.
– Siguiente pregunta. Me dirigía hacia París, y en el camino me encontré con
seis mujeres con seis cestos en cada cesto llevaban seis gatitos. Señoras,
cestos y gatitos, ¿cuántos a París iban?
Elena se quedó un rato pensando haciendo sumas y después vio la trampa en
la pregunta. Era bastante obvia la respuesta.
– Uno, sólo tú ibas a París. Las señoras con los gatos iban en la dirección
opuesta. - respondió con firmeza.
– ¡Vaya! Sorprendente. Última pregunta.
Belgamuil volvió a chasquear los dedos. Elena se encontraba en un vacío
inmenso, de pronto notó que le faltaba el aire en los pulmones, que respiraba
con gran dificultad.
– Con mi furia desatada puedo hacer desaparecer bosques y hogares. Pero si
me usas bien te puedo ayudar a comer.
– El... el fuego – respondió Elena casi sin aire.
El vacío desapareció a su alrededor y Elena se encontró en casa junto a su
amado, que aún estaba tendido en el lecho sólo que ahora tenía los ojos
abiertos y sonreía feliz.
– Estoy... estoy vivo yo... - Las palabras se le ahogaron en la boca.
Una viga se desprendió del techo y cayó sobre él, segando su vida... de nuevo.
Una voz habló a la mente de Elena. La reconoció en seguida. Era la voz de
Belgamuil. “Prometí traerle de vuelta, no dejarle aquí” dijo la voz. Elena abrazó
el cuerpo destrozado de su amado, llorando, suplicando que se la llevara a ella.
Pero Belgamuil no la escuchó, y, si lo hizo; no dio muestras de ello.
FIN

lunes, 13 de mayo de 2013

El corazón de la bestia



Sara estaba demasiado nerviosa para concentrarse y recapitular. ¿Cómo había llegado a
aquello? Sólo llevaban dos años casados y su vida había sido feliz, muy feliz. Saúl la colmaba
de amor, sus ojos centelleaban como una estrella en el cielo nocturno cuando sus miradas se
cruzaban. Muy a menudo pensaba Sara en la ingenuidad de la gente que solía decir que, los
enamorados, cuando pasan un tiempo juntos, dejan de quererse repentinamente. Saúl y ella
llevaban ya más de diez años juntos y seguían queriéndose como el primer día. El primer día...
gloriosos recuerdos asaltaron su mente. Recuerdos de un día a principios de junio, Saúl y ella,
que aún no se conocían; se presentaban al examen de selectividad. Al entrar en el aula, el
profesor les indicó que no hicieran ruido, que se sentaran donde quisieran y que cualquier
representación oral sería castigada severamente con la expulsión del aula. Sara se sentó en la
primera fila. Había estado estudiando mucho y sabía que iba a aprobar. El examen estaba
bocabajo sobre la mesa, y por mucho que se concentrara, no conseguía ver las preguntas a
través del papel. La sensación de sentirse observada la hizo girarse hacia atrás y vio a un
muchacho que la miraba con la boca abierta desde el otro lado del aula. En ese momento, el
profesor dio inicio al examen y Sara se concentró en contestar.
Al salir de aquel examen, Sara tenía una buena sensación en el estómago. Sabía que si
no había acertado todas, habría fallado una o dos, lo cual no estaba nada mal. De pronto volvió a
tener aquella sensación. Alguien la observaba desde atrás. Cuando se giró allí estaba él. El
mismo chico que la observaba en el aula se acercaba a ella con paso firme, seguro. Se acercó y
sin mediar palabra le tendió una mano.
- Tú no lo sabes aún – dijo el muchacho tras unos segundos – pero estamos
destinados a pasar el resto de nuestras vidas juntos.
Sara le miró con la confusión pintada en el rostro. Él se presentó como “Saúl el
modesto” y se echó a reír. Acto seguido, como quien habla del tiempo le pidió a Sara que le
concediera el honor de acompañarle aquella misma noche a una cena para celebrar su inminente
éxito. Sara aún en el día de hoy ignoraba por qué. Pero le dijo que sí.
Aquel día todo fueron risas y diversión. Pero hoy todo era distinto. Hoy Sara se
encontraba en una fría habitación de un hospital, esperando. Su mente viajó por el tiempo hasta
el día en que Saúl sufrió su primer infarto. Llevaban cinco años saliendo juntos, y él iba en
camino de convertirse en uno de los mejores neurocirujanos del país. Paseaban asidos de la
mano a la orilla del manzanares que, aunque no era un paisaje digno de mención por la cantidad
de deshechos e inmundicias que flotaban en el verdor de la superficie del río, de noche era un
lugar perfecto para pasear en pareja. De pronto Saúl se detuvo y con un sencillo “mira”señaló a
la espalda de Sara. La muchacha se giró y observó sonriente lo que Saúl le señalaba. Por encima
de los increíbles rascacielos de Madrid, la luna brillaba en todo su esplendor rodeada de
titilantes estrellas que parecían indicarle un camino a través de las pocas nubes que paseaban
por el cielo. Pasmada por la hermosa visión, Sara notó como Saúl la rodeaba con sus delgados y
fibrosos brazos por la espalda, al tiempo que depositaba un beso en su mejilla. Cuando Sara se
giró para besarle supo que algo no iba bien. Saúl tenía el rostro descompuesto. Y, con la mano
derecha se sujetaba el corazón, de pronto se desplomó en el suelo y Sara asustada llamó a una
ambulancia desde una cabina cercana.
Desde aquella noche que ya parecía lejana, Sara, había perdido completamente la cuenta
de los infartos que había sufrido Saúl. En una ocasión estuvo muerto durante unos segundos,
pero después, volvió a la vida, como si, inconscientemente, supiera que ella estaba esperándole,
que no se podía ir. Pero durante su última visita al hospital el médico les dio la mala noticia. El
corazón de Saúl no aguantaría otro infarto tenían que hacer un trasplante. El médico les informó
que iba a ser una operación complicada, que podía morir en el quirófano incluso. A Saúl no le
importó. Con una sonrisa le dijo al médico que si moría en el quirófano se le aparecería en
sueños y se vengaría.
La operación duraba ya más tiempo del debido. Sara estaba nerviosa observaba a los
padres de Saúl,se cogían las manos, la vista prendida en la puerta por la que saldría el médico, el
corazón henchido de esperanza.
De pronto la puerta se abrió, un hombre vestido de verde salió a través de ella con un
rostro sonriente. Parecía salir de un gimnasio se limpiaba aún el sudor con un pañuelo de papel,
como si hubiera pasado horas levantando pesas. Los miró a todos recorriendo sus rostros.
– La operación ha sido un éxito absoluto – dijo por fin – Saúl se encuentra
perfectamente aún sigue dormido y permanecerá así – el doctor miró su reloj y después los
volvió a mirar a ellos – unas dos horas más. Siento mucho que hayamos tardado más de lo que
les dijimos, pero surgieron complicaciones sin importancia.
– ¿Qué clase de complicaciones? - preguntó Sara.
– Oh, bueno, Saúl despertó durante la operación y se puso un poco agresivo, nada
que les deba preocupar.
– ¿Que despertó durante la operación? - el padre de Saúl se levantó de la silla y
caminó hasta el médico – Corríjame, doctor, pero eso no es muy normal, ¿verdad?
– No, la verdad es que no. De hecho es la primera vez que me pasa. Algo debió de
fallar durante la operación. Pero no hay de que preocuparse. Se lo prometo.
Saúl pasó dos semanas más en el hospital, y después le dieron de alta. Cuando llegaron
a casa aquel día ya era de noche. Sara le acompañó a la cama y le ayudó a desvestirse y ponerse
el pijama. Después se fueron a acostar y se durmieron en seguida. Aquella noche, la primera que
pasaban en cas después de la operación de Saúl, Sara durmió mal. Tuvo agitados sueños en los
que su marido se levantaba de noche y salía de la casa. Cuando volvía, lo hacía cubierto de
sangre.
Sara se levantó como cada mañana y se puso a hacer las cosas de la casa. Cuando fue a
vaciar el cesto de la ropa sucia, la sobrecogió el miedo. Allí estaba, el pijama de Saúl, cubierto
de sangre, de sangre aún fresca. ¿Cómo era posible? Saúl ni siquiera se podía levantar apenas de
la cama, cuanto menos ir a la calle. Y mucho menos matar a nadie.
Cuando se dio la vuelta allí estaba él, un cuchillo en la mano, odio en la mirada, y
cuando habló, no fue su voz la que pronunció aquellas palabras. Era una voz dura, una voz
grave y resuelta. Una voz desprovista de amor.
– Creían que habían acabado conmigo. Que la muerte conseguiría acabar
conmigo. - Saúl avanzó hacia ella, el cuchillo presto en la mano, sonrisa cruel en la cara. - ¡Se
equivocaron!
– ¿De qué estás hablando? - Sara retrocedía hacia la pared - ¿Qué dices Saúl?
– ¿Saúl? Saúl ya no está. Yo soy Jeremiah. Yo soy el que llamaron el destripador
de Boston. Pasé años y años matando, por el placer de hacerlo. Me condenaron a muerte.
Dijeron que no merecía seguir viviendo, que mi conciencia asesina debía ser silenciada. ¡Pero
nadie podía silenciarme!, seguí viviendo en mi corazón. Gracias al vudú encerré mi alma en él,
y, cuando recobré mis fuerzas, me introduje en la mente débil de tu amado Saúl. Y hoy soy
libre, ¡libre para volver a divertirme! Pero antes debo acabar con todos los vínculos que unen a
Saúl a este mundo. Sus padres ya han muerto. Ahora es tu turno.
Sara retrocedió y salió corriendo por la puerta de atrás de la cocina, atravesó el comedor
y subió las escaleras, y sin pensarlo ni un segundo entró en su habitación y echó el pestillo.
Retrocedió hasta un rincón y comenzó a buscar algo con que defenderse si Saúl, o como se
hiciera llamar ahora, conseguía atravesar la puerta. Debajo de la cama... nada... en los cajones
de la mesilla... nada en el armario... Al abrir las puertas del armario los cadáveres destripados de
sus suegros cayeron sobre ella como un fardo, cubriéndola de sangre. Sara comenzó a retroceder
gritando y en el espejo del armario lo vio. Había salido al exterior y trepado por la fachada hasta
el primer piso, Había llegado hasta la ventana y esperado a que ella se pusiera a tiro. Sara
esquivó la puñalada por un pelo y agarró el brazo de su marido. Tiró de él con todas sus fuerzas
y le arrojó dentro de la habitación el cuchillo rodó hasta sus pies. Sara se agachó y mirándole a
los ojos, esos ojos que tanto había amado, y le clavó el cuchillo en el corazón con un grito de
dolor que hubiera hecho estremecerse al mismo diablo. Saúl la miró sonrió y, de nuevo con su
voz, le dio las gracias y espiró.
Dos meses más tarde, Sara daba con sus huesos en la cárcel, había sido acusada de
triple asesinato, el de su marido y sus suegros. Pasaba las noches llorando en la fría celda que
era su nuevo hogar, hasta que el dolor pudo con ella. Cuando los guardas la encontraron aún
colgada del techo y la descolgaron, hubieran jurado que su corazón aún latía débilmente.
FIN

Belgamuil


Esta historia la dedico sólo a una única persona, y con permiso de todos los demás. Esta
historia es para ti, mamá. Ya que tú me diste la vida. Yo te hago un regalo más humilde, ya que
nunca podría devolverte un regalo equivalente. Espero que te guste...

A fin de cuentas, un héroe es alguien que quisiera discutir con los dioses, y así debilita a los demonios
para combatir su visión.
Norman Mailer (1923-2007) Escritor estadounidense.

La vida de Aitor era totalmente rutinaria. Se levantaba temprano para ir a la
universidad hasta las tres, llegaba a casa, comía, y se echaba plácidamente la siesta
hasta las cinco en punto. Este era el momento más ansiado del día, era cuando salía al
balcón del patio de vecinos y la contemplaba con la devoción de un feligrés.
No sabía nada de ella. Ni su nombre, ni su edad, ni si estaba soltera o con algún
tipo de compromiso. Y, realmente no le importaba. Aquel momento era sólo de ellos.
Nada más importaba, sólo verla cada tarde, tendiendo la ropa, con su belleza etérea e
imperecedera, con su pelo color azabache bailando con el viento unas veces, recogido
en un moño o coleta en otras. Hasta aquel fatídico día.
Salió al balcón a la misma hora de siempre pero ella no estaba. Esperó toda la
tarde, pero no salió. ¿Qué estaba pasando? Nunca jamás había faltado a su “cita”
secreta. <<Tal vez hoy no ha hecho la colada – pensó>>. Pero al día siguiente tampoco
se presentó, ni al siguiente, ni al siguiente... Ni en todo un mes. Así que se decidió y
salió a investigar.
Cruzó los pasillos hasta la puerta de su vecina misteriosa, su amor platónico, su
diosa desconocida... Se detuvo frente a ella, indeciso, ¿Qué hacía ahora? Llamaba a la
puerta y... ¿qué? No se veía diciendo: <<hola, tú no sabes quien soy pero te observo
todos los días desde mi ventana tendiendo la ropa>> y ella diría: <<¿qué clase de
desequilibrado eres tú?>>. Se quedó observando la puerta largo rato. Pensando,
intentando dar con la manera de explicarle por qué estaba allí. “¡que sea lo que Dios
quiera”- pensó y llamó a la puerta con los nudillos. La puerta cedió unos milímetros
dejando entrever una negrura insondable. Nervioso, cruzó el umbral y caminó a tientas
por el pasillo de entrada.
- ¿Hola? – tanteó - ¿Hay alguien?
- Pasa, muchacho, pasa. – dijo una voz al fondo del corredor. – Te estoy
esperando.
Aitor caminó por el pasillo en penumbra en dirección a la voz que sonaba en el
salón. La habitación se encontraba vacía excepto por una silla enorme ocupada por un
extraño personaje que, estaba claro, no pertenecía a aquella casa. Puede que ni siquiera
perteneciera a ese mundo. El individuo estaba sentado con las piernas cruzadas, llevaba
un extraño atuendo a cuadros blancos y negros con un sombrero a juego de esos que se
ponían los bufones con sus cascabeles dorados colgando. Era extremadamente delgado,
con una sonrisa, imposiblemente larga tocada de unos aguzadísimos colmillos en la
afilada cara, unos brillantes ojos sin iris ni pupila, solo un negro profundo. Aitor se
colocó ante él y aunque estaba atemorizado se plantó ante él con el porte erguido y con
gesto desafiante.
- ¿Quién es usted y donde está la chica que vive aquí? – preguntó
- Tranquilo, perdonavidas – respondió el extraño personaje alzando sus manos
enguantadas al aire – Mi nombre es Belgamuil, y el paradero de la chica...
eso es otra historia, amigo mío.
- Yo no soy su amigo
- Pues te conviene.
- Sólo le preguntaré una vez más...
- No acepto la insolencia ni las bravatas banales provenientes de un espantajo
mortal como tú. – soltó Belgamuil de golpe. Aitor reparó en el aspecto
despectivo con que escupía la palabra mortal – ¡Soy Belgamuil! Debería
mataros a ambos y buscarme otros jugadores.
- ¿Jugadores? – Aitor no le entendía. – a qué se refiere.
- ¡Por dios! – Belgamuil escupió al suelo y continuó hablando - ¿Es que nunca
has oído hablar de mí?
- No.
- Yo soy el mensajero de Satán. Soy la serpiente que le entregó a Adán y Eva
la manzana del pecado primigenio, el diablo que tentó a Jesucristo, y, aunque
en la Biblia no se menciona este capítulo; soy el que incitó a la gente de
Sodoma y Gomorra a una pecaminosa vida de lascivia desmedida.
>> Pero la vida hoy en día se ha vuelto muy aburrida. Así que, de vez en
cuando, me gusta subir a la tierra y poner a prueba la capacidad mental y de
supervivencia humanas. Pero los humanos no sois muy participativos. En cuanto se os
dice que vuestra luctuosa vida circunscrita está en peligro, os echáis para atrás. Así que
me obligáis a hacer algo para que participéis en el juego. Os quito lo que más queréis,
así no tenéis más remedio que jugar conmigo si pretendéis recuperarlo. En tu caso, te he
quitado a tu desconocido amor platónico.
Aitor se puso rojo de furia ante las palabras de Belgamuil. Pero, ¿cómo podía
creer algo así? No sabía exactamente qué o quien era su interlocutor pero... ¿un
demonio? ¡Por Dios, era absurdo! Pero eso del juego... a Aitor no le gustaba nada como
sonaba aquello. Aún así...
- ¿En qué consiste el juego? – preguntó decidido.
- Me alegra que te muestres así de colaborador
Belgamuil se levantó de su silla y esta desapareció en un nube de humo como si
nunca hubiera estado allí. Caminó hacia Aitor y se agachó cuan largo era – más de dos
metros – hasta que tuvo la cara de Aitor frente a la suya.
- El juego es muy sencillo, sólo tienes que sobrevivir hasta el final.- le explicó.
– Yo te pondré a prueba con tres sencillos juegos en los que demostrarás que
todo ese valor e inteligencia que muestras son algo más que simple fachada.
¿Qué te parece? ¿Estás de acuerdo?
- Por supuesto, adelante.
Belgamuil empezó a reír estruendosamente al tiempo que daba enormes saltos a
derecha e izquierda. Tan de repente como había empezado, se detuvo y miró a Aitor con
una sonrisa maliciosa en su rostro afilado. Chasqueó los dedos y todos los muebles de la
estancia desaparecieron ante la atónita mirada de Aitor. De la pared salieron unos
enormes pinchos afiladísimos, y la puerta desapareció entre ellos. Belgamuil
desapareció de repente y Aitor se quedó sólo en la habitación.
- Lamento muchísimo ser tan tediosamente costumbrista, - La voz de Belgamuil
surgía de ninguna parte y de todos los lugares de la habitación - sé que no hay
película de aventuras en que no aparezca una habitación como ésta. Pero es que
me chiflan las muertes lentas, Que le voy a hacer soy un sentimental. En fin,
primera prueba: ¿Qué soy sí, en la mañana, ando a cuatro patas, en la tarde con
dos, y en la noche; con tres? ¡Tiempo!
Las paredes de la habitación comenzaron a desplazarse lentamente hacía Aitor.
Los pinchos que sobresalían le miraban con la expectación de saborear la sangre que
circulaba por su cuerpo. Aitor intentó concentrarse para hallar la respuesta. Por la
mañana... a cuatro patas... por la tarde... a dos... por la noche... a tres... mañana, tarde
noche... El tiempo se acababa y, Aitor no lograba encontrar la respuesta, y la estertórea
risa de Belgamuil, que resonaba en todo el cuarto, no ayudaba demasiado.
- ¡Lo sé! – gritó de pronto Aitor, las paredes se detuvieron dejando la
habitación en el más absoluto de los silencios – la respuesta es el hombre. La
mañana es cuando eres un bebé, que andas a gatas, la tarde es la juventud y
la madurez, que andas erguido, y por último; la noche, es la vejez, cuando te
apoyas en un bastón.
Hubo un silencio total en el cuarto y después las paredes de pinchos
desaparecieron. Sin que Aitor se diera cuenta, se encontraba ahora colgado por las
muñecas del techo de la estancia. El suelo había desaparecido y el se encontraba
suspendido sobre un mar de fuego.
- Muy bien, enhorabuena – dijo Belgamuil – has acertado, pero esta primera
prueba era muy sencilla. ¿Te parece que pasemos a la segunda?
- Adelante – respondió Aitor con decisión.
- Muy bien, allá va: si estoy contigo no me ves y si estoy tampoco, si estoy
con otra persona no la ves ni a ella, ni a mi, si no estoy a ella la ves pero a mí
no.¿Qué soy?¡Tiempo!
Aitor notó que el nudo que le ataba las muñecas se soltaba poco a poco. La voz
de Belgamuil resonaba socarrona en la habitación. “tic, tac, tic, tac…” decía una y otra
vez. Aitor pensaba y el nudo se aflojaba cada vez más. No encontraba la respuesta. De
pronto el nudo se soltó y Aitor tuvo que sujetarse a la cuerda con su mano derecha. Las
llamas le lamían los pies, y podía notar como la suela de sus zapatillas se derretía
lentamente. “tic, tac, tic, tac…” repetía sin cesar. Los ojos de Belgamuil se le
aparecieron en la mente aquellos ojos tan negros como...
- ¡La oscuridad! – gritó Aitor al tiempo que caía.
Ya estaba preparado mentalmente para una de las más dolorosas de las muertes,
cuando se encontró de pie sobre una superficie blanca. El rostro de Belgamuil se alzaba
enorme ante él. Se encontraba en la palma de su mano.
- Muy bien – la voz del bufón diabólico tronó como una explosión – Sólo te
queda una última prueba. ¿Serás capaz de responder correctamente?
Belgamuil le enseñó a Aitor su otra mano. En ella había un reloj de arena
enorme con una persona en su interior. Aitor fijó bien la vista y vio a su desconocida y
adorada vecina. Belgamuil le miró e hizo amago de girar el reloj. Pero en seguida se
detuvo.
- Aún no te he hecho la pregunta – rió a carcajadas y continuó – es corta y
puede que hasta la tengas como sencilla. Siempre estoy con el que gane,
sea quien sea. ¡Tiempo!
Belgamuil giró el reloj y una lluvia de arena le empezó a caer encima a la
desventurada muchacha. Aitor intentó concentrarse pero no podía. Ahora no era su vida
la que estaba en juego. Era la de ella. Cerró los ojos para no verla y se apretó las sienes
con los puños cerrados. “ tic, tac, tic, tac…” Siempre estoy con el que gane, Siempre
estoy con el que gane, Siempre estoy con el que gane... Aitor se lo repetía una y otra vez
mientras la arena caía.
- ¡Un trofeo! – exclamó.
De pronto Roberto se encontró en su apartamento. Era como si nunca hubiera
pasado nada. Se encontraba tumbado en el sofá, se incorporó y miró su reloj de pulsera.
Las cinco en punto, se dirigió a la terraza corriendo y allí estaba ella. Tendía la ropa
como si nada hubiera pasado. Puede que Aitor nunca supiera su nombre, pero no le
importaba, respiraba, se movía; estaba viva. Era mejor así, estaba convencido. Sin
previo aviso su vecina levantó la vista y le miró fijamente a los ojos. Una sonrisa le
iluminó el rostro, y, con un gesto le indicó que fuera hasta su apartamento. Ni lo pensó.
Roberto salió al pasillo y caminó hacia la puerta que cruzaba aquel día por segunda vez,
esta vez con invitación. Llamó con los nudillos y en menos de un minuto ella se asomó
al exterior.
- Hola – saludó la muchacha – me llamo Samanta. Llevo viéndote un tiempo
que te quedas embelesado mirándome mientras tiendo la ropa, y ni siquiera
sé ni como te llamas.
- Aitor
- Aitor ¿eh? Bien esto me lleva a la siguiente pregunta, ¿Por qué me miras
tender la ropa.
- Porque estoy enamorado de ti – Dijo Aitor sin pensar. En el momento en que
las palabras salieron de su boca se arrepintió.
- Y si estás enamorado de mí – respondió Samanta con naturalidad - ¿por qué
no me invitas a salir?
- Si claro, claro. – la respuesta lo descolocó por completo - ¿te gustaría...
- Me encantaría. – sentenció Samanta sin dejarle acabar.
Aitor sonrió y Samanta le acompañó. Parecía que ella no recordaba nada de
Belgamuil. Tanto mejor. Un futuro lleno de posibilidades se abría ante él. “aquí tienes
tu trofeo, has ganado justamente” la voz de Belgamuil resonó en su cabeza con un eco
siniestro. Aitor sabía que no la volvería a oír. Ahora su única preocupación sería hacer
feliz a Samanta.
FIN