viernes, 24 de mayo de 2013
Diarios de Muerte 1 - Rojo Sangre (Kai)
24 de Julio de 2010
La veo correr, intentar huir de mí. ¿Qué pretende? ¿Cree en serio que lo conseguirá? Yo la sigo tranquilamente, sin ningún tipo de prisa, ¿para qué? La acabaré cogiendo. Se gira, lágrimas en sus ojos, miedo en su mirada, y, al mismo tiempo, certeza. La certeza del final, la certeza de que no hay modo de huir. Ha llegado a la puerta e intenta girar el pomo... estúpida, ha perdido unos segundos preciosos. La tengo en mis manos, la agarro del cuello y tiro hacia arriba de ella, le golpeo con el dorso de la mano, después con el revés. Su cara gira con violencia al ritmo del sonido de la bofetada.
Ha empezado a llorar, delicioso. Acerco mi lengua a su cara y le limpio el rostro de ese salado líquido que impregna su rostro. Grita, intenta defenderse, zafarse de las manos que oprimen su faringe y se llevan su conciencia. Pero al final cae... todas caen.
A mi mente llegan los recuerdos de como empezó todo. La primera vez yo estaba nervioso. No sabía como hacerlo. ¿Como conseguir tapar mi rastro de manera perfecta? Pero todo salió a la perfección. Desde entonces 15 mujeres me han acompañado en mis fantasías. Todas ellas descansan ahora con los ángeles. Todas ellas eran ángeles. Pienso en esta última así, como un ángel, mientras la subo a rastras, inconsciente a su habitación, no es consciente, no sabe que forma parte de algo más grande. De un universo distinto, de mi universo. De mis sueños. En el fondo de mi ser la envidio. Ha trascendido, se va a transformar en algo grande. En algo perfecto. En el culmen de la perfección.
Abro la puerta del cuarto y entro en el interior. Es una chica muy ordenada. Casi una maniática del orden. Tiene una estantería llena de libros todos ellos colocados por el nombre del autor y en orden alfabético. Justo enfrente de esta tiene otro mueble, este lleno de películas ordenadas en el mismo criterio, al igual que los discos, colocados en una torre de CDs, colocado junto a un escritorio vacío de no ser por el ordenador de sobremesa que lo ocupa. En un lado de la habitación, pegada a la pared, está la cama. La echo encima con suavidad y la ato despacio con las cuerdas de seda que llevo encima. La amordazo con la suficiente fuerza para que no pueda gritar. Por que lo hará, gritará..
Bajo a la planta de abajo donde dejé mi maletín con mis herramientas y vuelvo a la habitación. Al abrirlo vuelvo a sentir aquella sensación de perenne orgullo por mí mismo. La precisión con que realizo mi trabajo es algo innato. Observo el instrumental, tan limpio tan ordenado como esta habitación. Vacío la mesilla que hay junto a la cama tirando los objetos que hay sobre ella en pedazos, se acabó la discreción, no puedo más, me siento eufórico, ansioso... excitado. Entonces mi visión se nubla y llega el éxtasis.
Mi visión torna de color rojo sangre. Todo lo que me rodea cambia de aspecto y empiezo a crear otra obra de arte con pasión febril. Primero la despierto, observo sus ojos buscando la inspiración necesaria, pues se que allí yace aletargada, esperando para ser vista, para ser oída. Entonces saco la primera herramienta de mi maletín. Observo su cuerpo echado sobre la cama con mi visión roja, atada, indefensa... y tan hermosa. Le enseño la primera herramienta, un sencillo cu-ter, como los que usan los niños en sus manualidades. Sus ojos se abren de par en par al verlo, su rostro es una hermosa máscara de puro terror vivo. Comienzo despacio, cortando la unión de sus dedos con el cu-ter. Las heridas apenas sangran, pero el dolor que leo en sus ojos es indescriptible. Es una sensación sin igual. Cuando acabo esta parte del trabajo observo que está a punto de perder la consciencia. No lo puedo permitir, ha de vivir el arte. Le inyecto adrenalina. Eso la mantendrá despierta y atenta.
Le enseño la siguiente herramienta y su horror es increible. Un serrucho, un sencillo y simple serrucho de carpintero. Empiezo con las piernas, cortando justo por debajo de la rodilla, el hueso cruje al astillarse mientras observo su rostro. Al terminar de cortar un chorro de sangre salpica el suelo de la habitación. Luego tendré que limpiarlo. Me paso a la otra pierna y, después continúo con sus brazos.
Ha perdido mucha sangre, no aguantará mucho más, así que doy el paso final. Saco el bisturí de la maleta y abro sus tripas sacando el contenido. Cuando acabo, ella ya ha muerto y yo puedo culminar la obra.
Cuando termino lo dejo todo tal y como lo encontré. Después me quito los guantes y abandono la casa. Soy feliz, he terminado otra obra que pronto decorará los titulares de los periódicos. Se que la gente volverá a criticar mi arte y me tildarán de monstruo y asesino nuevamente, pero tampoco entendieron a El Bosco en su época. Se que dentro de poco se apreciarán mis obras. Se que algún día, me podré dedicar a ello y así dejar mi legado.
Pero hasta que ese día llegue, seguiré empleando mi arte en la clandestinidad. Pues, de esto estoy seguro, JAMÁS ME COGERÁN.
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