"esta nueva historia la dedico, humildemente, a todo el que leyó la primera y pidió más. Y por supuesto y ante todo a mi madre, mi padre sin cuyo apoyo no sería capaz de seguir con esta locura. Vosotros y
sólo vosotros sois los dueños de este reino de fantasías" J.A.P.P.
No hagáis el mal y no existirá. Leon Tolstoi (1828-1910) Escritor ruso.
N. del A.---> para todo el que no lo sepa el ónix es una forma opaca del cuarzo, generalmente,
de color negro; calificado como piedra semipreciosa.
- Este lugar te encantará, ya verás Guille- dijo Rafael
El pequeño de doce años miró a su padre incrédulo. "¿Que esto me va a
gustar? Lo dudo" pensó el muchacho arrugando el ceño. Estaban en un
pueblo de "vetetúasaberdonde" sin teléfono, sin televisión y sin rastro de
civilización en muchos kilómetros a la redonda. Al menos, no había
civilización... ¡menor de sesenta años aparte de su propia familia! Guillermo
sabía que no iba a ser feliz. ¿Cómo iba a poder serlo en un pueblo lleno de
cuasi-jubilados?
Guillermo miró a su hermana mayor Paula. El gesto de su
cara parecía decir lo mismo. De algún modo extraño la muchacha de dieciséis
años se dio cuenta de que su hermano la estaba observando, le miró y
cambió su frío mohín por una cálida sonrisa que parecía decir, "sé lo que
estás pensando, a mí me pasa lo mismo, pero no podemos hacer nada".
El coche torció otra curva suavemente y el pueblo se empezó a dilucidar de
entre la espesa niebla. Pero Guillermo vio más. Justo en el cartel de entrada
al pueblo había una niña de unos diez años que le miraba fijamente. La niña
tenía la piel parduzca y el pelo rubio platino. Su semblante estaba serio, casi
se podría decir furioso y miraba directamente a Guillermo a los ojos. De
pronto su mandíbula se alargó hasta sus pies y profirió un largo y agónico
rugido. Guillermo saltó en su asiento y cerró los ojos. Cuando los volvió a
abrir la niña había desaparecido. Guillermo miró de nuevo a su hermana. ella
también lo había visto. ¿Pero qué era, exactamente, lo que habían visto?
Para cuando llegaron a la casa, Guillermo ya se había olvidado
completamente de la pequeña niña. La visión de la casa le habría hecho
olvidarse casi hasta de su nombre. La casa en cuestión, tenía por lo menos
cien años, y Guillermo se preguntaba cómo se mantenía aún en pie. Decir que
estaba hecha una ruina era quedarse corto. La casa era una vieja
construcción de dos plantas con un torreón en el lado derecho. El color de la
madera se había oscurecido tanto que aún a dos metros de ella podías
pensar que estaba hecha de ónix, y que las matas que subían en forma de
enredadera eran esmeraldas brillando al sol. La familia entera bajó del
coche y observó detenidamente la construcción que se alzaba ante ellos.
Rafael se adelantó un paso y se colocó de espaldas a la casa mirándolos
directamente.
-Bueno- dijo muy animado a toda la familia,- no es una mansión victoriana
pero con un poco de trabajo...
De pronto, como si la casa quisiera dar su opinión, un trozo del canalón se
desprendió de su lugar y cayó al suelo con estrépito. todos se quedaron
observándolo durante unos segundos en completo silencio.
- ¿Un poco de trabajo? - preguntó Paula escéptica.- Papá como siempre
resultas demasiado optimista.
Dicho esto, Paula se dirigió a la casa seguida de toda la familia.
- Maldito seas - murmuró Rafael al canalón al pasar al lado del canalónciento
y pico años aguantando en tu sitio y te tienes que caer justo hoy.
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Una cosa sí tenía que reconocer Paula, la casa tenía unas vistas preciosas.
Desde su habitación podía ver las montañas que se alzaban orgullosas como
desafiando al sol con sus picos blanquecinos por la nieve.
En su MP3 sonaba "avalancha" de "Héroes del Silencio". Justo en ese
momento mientras colocaba su ropa recordó su póster de Enrique Bunbury.
Paula tenía la sensación de que sin él su habitación estaba vacía. Bajó las
escaleras a la planta baja y giró a la derecha para ir al comedor donde
habían dejado las cajas con sus cosas. y allí estaba ella. La niña de la
entrada al pueblo la miraba con el semblante serio como la otra vez. Paula
cerró los ojos, como hizo en el coche, y los volvió a abrir para ver si volvía a
funcionar y la niña desaparecía. No funcionó. La niña seguía allí con el
semblante imperturbable mirándola. De pronto escuchó un golpe seco en el
piso superior y dirigió su vista hacia las escaleras. Cuando volvió a mirar
donde había estado la niña, ésta, había desaparecido.
Paula subió las escaleras muy despacio y al llegar arriba encontró la puerta
del torreón abierta. Paula subió por el angosto tramo de escaleras que daba
al torreón allí entre las miríadas de polvo existente encontró un baúl
tumbado con una nota al lado que decía: "dèi delle tenebre maldecid queste
terre affinché essi non potrebbero tornare a vivere un bambino fino allá
fine dei tempi" Paula bajó corriendo las escaleras y sin mediar palabra le
entregó la carta a su padre, que intentaba, infructuosamente, arreglar el
jardín, éste la leyó sin preguntar siquiera.
- ¿De dónde has sacado esto?- le preguntó con el papel en las manos
- Del desván estaba dentro de un baúl- respondió Paula- ¿Qué pone?
- Pone- Rafael se acercó el papel a los ojos y tradujo lentamente- "dioses de
las tinieblas maldecid estas tierras que no pueda volver a vivir aquí ningún
niño hasta el fin de los tiempos." ¿Es esto algún tipo de broma de mal gusto,
Pau?
Paula negó enérgicamente con la cabeza. De pronto, algo llamó su atención
en el piso de arriba, Paula dirigió su vista hacia la ventana del torreón. Allí
estaba de nuevo la niña. Sólo que esta vez sonreía maliciosamente mientras
clavaba su mirada en la muchacha.
Rafael se quedó mirando a su hija que se había quedado completamente
helada. La agarró fuertemente y la zarandeó adelante y atrás.
- ¡Paula! -llamó enérgicamente- Paula, ¿estás bien?
Paula miró a su padre pero no le vio. Allí frente a ella vio a un horrible
demonio de dos cabezas agarrándola y tratando de asesinarla de la manera
más vil. Paula intentó zafarse pero aquella criatura tenía mucha más fuerza
que ella. Cada sacudida que le daba aquel monstruo era como una descarga
eléctrica.
- ¡Suéltame, monstruo!- gritó Paula horrorizada.
Los gritos de Paula alertaron a su medre y a Guillermo que salieron de la
casa a toda prisa y se encontraron a Rafael agarrándola de los brazos.
- ¡Ayudadme!- gritó el hombre- ¡No sé lo que la pasa!
Paula vio como la chica de blanco salió por la ventana sin abrirla siquiera y
aterrizó a su lado.
- ¿Tienes miedo?- preguntó con su voz cantarina- ¿No sería más fácil
dejarse vencer por ese aletargamiento que entumece tus músculos?
El pequeño espectro atravesó el cuerpo de Paula de lado a lado bajo la
estupefacta y aterrorizada mirada de Guillermo. Se detuvo frente al
muchacho y su sonrisa se tornó en un grotesco gesto de ira.
- ¡El próximo serás tú, Guillermo!- gritó la niña antes de desaparecer como
por arte de magia en una niebla evanescente.
Guillermo se quedó helado como clavado en el sitio mientras escuchaba a lo
lejos, a pesar de estará menos de dos metros de él, a sus padres gritar el
nombre de su hermana sin ningún tipo de respuesta por parte de ella. ¿Qué
la había pasado? y aún más, ¿qué le iba a pasar a él ahora?
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Los padres de Guillermo pasaron la noche en el hospital junto a Paula, que
estaba en coma tras el incidente de la tarde anterior. Y él, incapaz de
dormir en aquella casa, le pidió a sus padres que le pagaran un hostal que
había en el pueblo a lo que accedieron sin poner ninguna pega. A la mañana
siguiente, Guillermo , cogió la nota que había encontrado su hermana y la fue
enseñando por el pueblo. La respuesta que le dieron sus nuevos vecinos fue
un portazo en las narices. Cuando iba a darlo todo por perdido Guillermo
avistó una pequeña casa, a lo lejos, entre las montañas. El muchacho cogió su
bicicleta y se dirigió para allá, con la esperanza de poder esquivar el
portazo. Guillermo dejó la bicicleta apoyada en una valla de madera de la
entrada y se dirigió a la puerta principal por un caminito de tierra
serpenteante dibujado en el jardín. Llamó con los nudillos a la desgastada
puerta de madera y esperó unos segundos. No tuvo que esperar mucho, la
puerta se abrió y tras ella asomó el rostro de una anciana enjuta y
encorvada de duras facciones.
- ¿Qué quieres? - preguntó hoscamente la mujer.
- Perdone usted que la moleste señora, mi nombre es Guillermo, me
preguntaba si usted sabría algo de esta carta
El muchacho le tendió la carta a la mujer y esta la leyó ávidamente. puso los
ojos como platos y después miró al niño con ojos acusadores.
- ¿Dónde has encontrado esto?- preguntó con furia.
- Estaba en mi casa- respondió Guillermo- En realidad lo encontró mi
hermana en un baúl del torreón.
- ¡La casa del torreón! Vamos chico pasa, tenemos que hablar.
Guillermo hizo lo que le pedía la señora sin quitarse de la cabeza el cuento
de Hansel y Gretel. La señora le indicó una silla y le pidió que se sentara.
Guillermo lo agradeció, pues estaba cansado por el viaje en bicicleta.
- No me voy a andar por las ramas pero luego no vengas a quejarte si no
puedes dormir- dijo la señora.
Guillermo asintió como muestra de que estaba conforme.
- Me llamo Ágata- comenzó la señora- llevo toda la vida en este pueblo y
siempre estuvo maldito. Al menos que yo recuerde. Pero a mí me contó la
historia mi abuela cuando me trajeron aquí a los treinta años.
Guillermo se dejó llevar por las palabras de Ágata que parecían evocar
imágenes con su voz dulce y aflautada.
<< Todo empezó hace unos cien años. Este era un pueblo pequeño y humilde.
De unos treinta habitantes más o menos. Entre ellos estaba la familia
Cougelt. Una familia que se mudó desde Barcelona para venirse a vivir a la
casa del torreón, que ellos mismos construyeron. Por aquella época la gente
era muy supersticiosa, y por supuesto no crían en la ciencia ni en nada que
les alejara del camino que les dictaba la iglesia. El caso es que el cabeza de
de familia el doctor Félix Couglet, Era un refutado científico de fama
mundial, que estaba trabajando en proyectos para curar enfermedades de
ámbito sexual, coma la que él mismo padecía que era incapaz de dejar
embarazada a su mujer. El señor Couglet recibió una carta de un colega de
universidad que le hablaba de un método revolucionario aún en pruebas allá
en Estados Unidos: La fecundación "In Vitro". El señor Couglet se sintió
intrigado y, al mismo tiempo, emocionado de poder probar esta nueva y
revolucionaria técnica, así que se fueron él y su esposa a Nueva York. Poco
sabían lo que sucedería al regresar. Cuando volvieron su esposa estaba
embarazada. La gente del pueblo se preguntaba ¿cómo podía ser? Llegaron a
dudar de la fidelidad de la señora Couglet y de la cordura de su marido al
tenerla aún en casa>>
Ágata se detuvo un momento y miró a Guillermo a los ojos con una sonrisa de
medio lado.
-¿Aún estás despierto Granujilla?- sin esperar respuesta prosiguió- Bien,
porque ahora viene lo mejor.
>> No pasó mucho tiempo antes de que descubrieran como la incomprensión
de la gente podía llegar a hacer mella en su cordura, llegando a oírse incluso
que la pequeña era fruto del diablo. El señor Couglet trató de solucionarlo
mediante el diálogo y así fue como les explicó, con todo lujo de detalles a
sus desquiciados convecinos el revolucionario método por el cual habían
concebido a la pequeña criatura, a la que, a propósito, bautizaron meses
después con el nombre de Saray. Durante nueve años la gente del pueblo fue
acostumbrándose a las bellísimas facciones de la muchacha. Pero todo lo
bueno acaba tarde o temprano. Y para ellos ese final llegó con el nuevo
párroco, el padre Isaac. No era vileza lo que había en su interior, sino sólo
ignorancia y una indiferencia a la comprensión más que absoluta. Cuando
llegó los vecinos le hablaron entusiasmados de la pequeña y hermosa Saray,
y cómo, gracias a la ciencia y los avances modernos había sido concebida por
un útero infértil. El ignorante sacerdote quiso verla con sus propios ojos y
se dirigió a casa de los Couglet acompañado por un séquito de seguidores.
Según se cuenta, el cura entró dentro de la casa y salió en menos de cinco
minutos gritando a todos que aquella niña era fruto del infierno y que había
que acabar con su vida. Añadió a voz en grito que aquella familia eran unos
descreídos y estaban malditos. Guillermo, no me preguntes cómo pero esa
gente, esos ignorantes, creyeron al sacerdote; y cuando dijo que había que
acabar con la niña para poder conseguir que el Altísimo les echara una mano
con la cosecha de aquel año, ellos no dudaron en actuar. Cogieron a la
pequeña Saray y la sacaron a rastras de la casa la llevaron frente a la iglesia
y la apedrearon salvajemente, y, después, quemaron el cadáver. Según dicen
las malas lenguas la pequeña aún seguía viva mientras su cuerpo era
consumido por las llamas.>>
Ágata dejó escapar una prístina lágrima de sus ojos verdes mientras
contaba esto último. Guillermo trató de imaginar el calvario por el que había
pasado aquella niña. Pero su imaginación no daba crédito a un infierno
semejante.
>> El señor y la señora Couglet lucharon hasta el final, tratando de defender
a su pequeña, pero no lo consiguieron. El calor de las llamas les recordó lo
fútil de su intento. El señor Couglet murió al mes siguiente, de pena. Pero su
esposa vivió más tiempo. y ya, en su lecho de muerte, prometió al doctor que
la atendía que el pueblo entero pagaría por la muerte de su hija. Dijo que en
uno de sus numerosos viajes, una gitana le había enseñado magia negra, y
que su hija volvería para llevarse a todos los niños que habitaran en este
pueblo, así como sus conciudadanos le habían arrebatado a ella a su pequeña.
No se dio crédito a sus palabras tomándolas por las de los delirios que se
producen en el lecho de muerte por culpa de los dolores y la fiebre que
padeció.>>
>> Dos meses más tarde vino a vivir al pueblo un joven matrimonio. Traían
consigo a su hijo pequeño de dos años de edad. A los dos días de vivir aquí el
pequeño entró en coma y, un día más tarde murió. Desde entonces cada niño
que ha habitado este pueblo ha corrido la misma suerte. Incluida tu
hermana.>>
Guillermo sacó un pañuelo lleno de grasa de la bici de su bolsillo y se secó el
sudor que le perlaba la frente.
-¿Pretende que me crea semejante patraña? - dijo el niño con un deje
lacónico y voz temblorosa- No es más que un cuento para no dormir.
- Ah, ¿sí? Entonces, ¿por qué te tiembla la voz? Tu sabes lo que has visto
Guillermo, y sabes perfectamente que lo que te he dicho es cierto. No te
hagas el valiente conmigo.
-¿Qué debo hacer? - Preguntó el muchacho dándose por vencido.
-Huye. Y llévate a tu familia de aquí. Pues no hay manera de detener a Saray
cuando empieza.
El muchacho se levantó de la butaca con aire tembloroso y le dio las gracias
a Ágata cuando salía por la puerta. No se sentía con fuerzas de coger la bici
pero aún meno de caminar. cogió el camino que llevaba al pueblo desde casa
de Ágata y se despidió de ella con la mano. A medio camino del pueblo
recordó algo. Se había dejado la carta en casa de Ágata. Dio media vuelta y
pedaleó hasta el claro dónde estaba la cabaña. Pero, al llegar sus ojos no
daban crédito a lo que veían. Donde antaño se alzaba orgullosa la casa, sólo
quedaban unos maderos ennegrecidos por el fuego. Y en el medio de las
ruinas una figura se alzaba solitaria señalándole con el dedo. Saray le
indicaba que él era el próximo...
Las piernas comenzaron a temblarle visiblemente mientras Saray se
acercaba a él parsimoniosamente. La niña le miraba atravesándole con los
ojos, viendo a través de él.
-¿De verdad pensaste que alguien te ayudaría?-soltó la niña fantasma con
tono jocoso.- Los mortales tenéis una mente tan débil. Para mí no es difícil
manipularla y que veáis y oigáis lo que yo quiera.
Ante los asombrados ojos de Guillermo, la niña comenzó a cambiar. Sus
rasgos se tornaron los de una anciana y su cabello tornó blanco como la cal.
Saray se convirtió en Ágata que le miraba con una mueca burlona prendida
en sus ojos. Saray se detuvo frente al muchacho, casi tocándose la punta de
la nariz.
-Se acabó Guillermo- dijo de nuevo en su aspecto de niña- te reunirás con
los olvidados.
La niña atravesó el cuerpo de Guillermo con el suyo. El muchacho notó una
corriente eléctrica que le recorría el cuerpo desde la base de la médula
espinal hasta su cerebro. Después de eso no notó nada. Abrió los ojos,
aunque no recordaba haberlos cerrado y vio ante él la cabaña. Aunque ahora
no era un amasijo de madero ennegrecidos por el fuego. La cabaña se alzaba
ante él orgullosa de su porte. Guillermo no entendía nada. ¿Estaba Saray
jugando de nuevo con su mente? Guillermo buscó su bicicleta por el suelo y
las lindes más cercanas del bosque donde se encontraba, pero no había
rastro de ella. tendría que caminar hasta el pueblo.
Al llegar al centro del pueblo escuchó unas voces que provenían de la iglesia,
dirigió sus pasos hacia allí y se encontró a una congregación que rodeaba las
puertas de la iglesia. unos hombres sujetaban a una niña a un poste de
madera que habían clavado en el suelo. En seguida reconoció el rostro de
aquella niña. era Saray. Su mente sin saber cómo había viajado hasta el día
de su ejecución.
- Sálvame- pidió Saray con voz dulce y aterciopelada.
La vista de Guillermo viajó de un lado a otro de la plaza buscando algo que
pudiera servirle. La primera piedra voló y se estrelló con un ruido sordo en
la frente de Saray. Guillermo tendría que darse prisa.
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Rafael entró en la casa de la torre con los ojos anegados de lágrimas. Buscó
a Guillermo por toda la casa. Allí no estaba. De pronto recordó que Guillermo
se hospedaba en el hostal de las afueras del pueblo. ¿cómo podía haberlo
olvidado? Se subió en el coche y arrancó en dirección al hostal. Al llegar
preguntó en recepción y le dijeron que su hijo había salido a primera hora de
la mañana.
- El pequeño me enseñó un papel- dijo el recepcionista- estaba escrito en un
idioma extraño. Le dije que no sabía nada y se fue farfullando algo
ininteligible.
Rafael salió dando las gracias apresuradamente. ¿Dónde se había metido
Guillermo? tenía que encontrarle. Pues a Patricia sólo le quedaban unas
horas de vida, y se tendría que despedir de su hermana.
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Guillermo cogió el enorme cuchillo de encima del mostrador de la carnicería.
miró hacia el exterior a través de los destellos que el sol creaban en el
escaparate. El sacerdote seguía hablando para todo el pueblo con voz clara y
aguda. El chico salió al exterior con el cuchillo en ristre y se dirigió a las
escaleras de la iglesia. se detuvo frente al sacerdote y sus miradas se
cruzaron por un instante.
-¿Qué quieres, pequeño? -preguntó sin reparar en el cuchillo que reposaba
en la mano del muchacho.
Un destello en la hoja llamó la atención del cura que bajó la vista que se
tornó una meca de horror. Guillermo cogió el cuchillo con fuerza y hundió la
hoja en el estómago del hombre santo, este cayó de rodillas sujetándose el
vientre con ambas manos. La segunda puñalada fue más fuerte que la
primera y la sangre salpicó la ropa de Guillermo. El cura cayó al suelo sobre
un charco carmesí con el arma aún clavada en el estómago. La gente del
pueblo soltó una exclamación ahogada y los señores Couglet aprovecharon la
distracción para liberar a Saray y sacarla de allí. Guillermo los vio alejarse
con la ropa cubierta de sangre, plantado en las escaleras de la iglesia. De
pronto una piedra voló hacia él y l golpeó con fuerza en la frente. Por suerte
se quedó sin conocimiento antes de notar como otros cientos de piedras
caían sobre él. Cuando abrió los ojos de nuevo estaba tendido sobre el
asiento trasero de un coche. Se incorporó y vio a su padre totalmente
concentrado y con lágrimas en los ojos.
- ¿Papá?- llamó el muchacho.
Rafael miró por el retrovisor y una sonrisa triste surcó su rostro.
- Hola Guille- balbuceó con voz entrecortada.
- ¿Qué pasa, papá?
- ¿Qué hacías en el bosque?
- Paseaba. Intentaba despejarme.- mintió el muchacho
Rafael no quiso remover más el asunto y cambió de tema, omitiendo la
curiosidad que sentía por el motivo que había llevado a su hijo a ir enseñando
aquella extraña nota por todo el pueblo. le dijo que iban al hospital que los
médicos le habían dado sólo unas horas de vida a Paula. Guillermo no dijo
nada, empero algo en su interior le decía que la opinión de los médicos iba a
variar y mucho.
Al llegar al hospital encontraron a Paula y a su madre fundidas en un abrazo
ambas con lágrimas en los ojos. Rafael no daba crédito a lo que veía. Su hija,
su pequeña estaba bien. Corrió a su lado y se fundió en aquel abrazo. Paula
miró a su hermano y pronunció en silenció un "gracias" que no hizo más que
acrecentar el orgullo que sentía su hermano.
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La familia de Guillermo decidió por unanimidad abandonar el pueblo en
cuanto a Paula le dieran el alta y dejar allí enterrados sus malos recuerdos.
Guillermo, por su parte, le contó a Paula todo lo sucedido con Saray, y los
dos estuvieron de acuerdo en afirmar que lo único que quería la niña maldita
era que alguien la salvara de su funesto destino y poder así reunirse con sus
padres en el más allá.
Una semana más tarde de que Paula despertara los médicos la dieron el alta
y sin esperar un instante la familia abandonó el pueblo a bordo del coche
familiar. El coche rodó por las angostas callejuelas de la villa hasta llegar al
cartel que anunciaba la entrada del pueblo. Y allí, donde la vieron por
primera vez, Saray se erguía con una sonrisa feliz y agradecida en el rostro
y despidiéndose con su manita alzada. los hermanos se miraron y sonrieron
con los nervios tensos y a flor de piel. Sería la última vez que la verían.
Secretamente, ambos se alegraban.
De pronto el coche dio un giro brusco y se quedó sobre dos ruedas. Rafael
trató de enderezarlo. Pero no lo consiguió.
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Guillermo despertó en el hospital, los miembros doloridos. Trató de gritar
pero la voz no salió de su garganta. Pasaron varias horas hasta que la puerta
se abrió. De detrás de ella salió el médico. Sus ojos se posaron en los de el
muchacho.
- ¡Vaya!- exclamó - esto es... increíble.
Guillermo se preguntó que era eso tan increíble y se maldijo por no poder
transmitir su pregunta.
- ¡Enfermera!- llamó el médico. Una enfermera se detuvo junto a la puerta y
se asomó dentro al fijar su vista en Guillermo, parpadeó varias veces, hasta
que el médico la ordenó - Vaya a buscar al doctor Ruíz, el señor Casas ha
despertado.
"Si, estoy despierto - pensó Guillermo - ¿Y eso que tiene de especial?"
El médico se sentó en la cama y sacó una pequeña linterna de su bata cuyo
haz de luz dirigió a los ojos del muchacho. Guillermo sacó fuerzas de donde
no las había y sostuvo la manga del médico justo cuando este se iba. El
médico le miró asombrado y le tendió una pizarra al percatarse de que no
podía hablar. Guillermo sólo quería preguntar una cosa.
- ¿Dónde está mi familia? - Su caligrafía era peor de lo que había sido
nunca. - ¿Sobrevivieron al accidente?
El médico leyó el texto de la pizarra y miró a Guillermo con una mezcla de
asombro y pena en sus ojos azules.
- ¿Accidente? - respondió - ¿Qué accidente?
Guillermo tomó de nuevo la pizarra, escribió y se lo mostró al médico.
- El que me tuvimos antes de llegar aquí.
El doctor se quitó las gafas y le miró sopesando su respuesta.
- No hubo ningún accidente, señor Casas, Se le encontró en un bosque en las
lindes de un monte hace cuarenta y dos años. Lleva usted en coma desde
entonces.
La respuesta fue un mazo para Guillermo. Su corazón, ya débil tras tanto
tiempo en coma, se detuvo. Mientras su vida se apagaba creyó oir una risa
infantil que sonaba en su cabeza. La risa de Saray.
FIN
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