viernes, 17 de mayo de 2013
El Trato (el retorno de Belgamuil)
A todos los que conformáis este reino de fantasías, muchas gracias. Ami amigo, mi hermano casi, Ander, y a Cris, no por ser su pareja, si no por concederme el placer de ser mi amiga,gracias. Y a Belgamuil
por llegar a mi imaginación y contarme su historia desde los recovecos de mi mente. Bienvenidos a mi reino de oscuridad de nuevo...
Elena sostenía su mano con ternura mientras con la izquierda acariciaba su
rostro. Una lágrima solitaria se derramaba por su cara, surcándola,
definiendo su formación. Acariciándola. Se le iba, lo sabía. Su amor platónico,
su señor, moriría aquella noche. Tras días y noches de sufrimiento, de
alguna manera, no sabía como; tenía la certeza de que hoy, por fin acabaría
su agonía y continuaría la de Elena. Hubiera dado cualquier cosa por ponerse
en su lugar, por ser ella la que moriría. Jose Manuel Sotomonte, que así se
llamaba su señor, abrió los ojos por un momento y mirándola sin verla, le dijo:
– Bella Elena, ¿Qué te sucede?¿Qué atormenta tus pensamientos?
– Oh, mi señor – respondió secándose las lágrimas – disculpadme, no sabía
que estabais despierto.
– ¿Por qué lloras, Elena?
– Por vos, mi señor. ¿Qué será de mi ahora? Llevo toda mi vida en esta casa.
En ella nací, y en ella me crié, junto a... junto a vos.
– Purga tu mente de dolor, Elena, que el miedo no corroa tus entrañas, pues
cuando yo parta,no te quedarás sola, lo juro por mi honor, que será lo único
que me quedará tras esta noche, me temo.
Cuando terminó de decir esto, el buen conde exhaló un último suspiro y expiró.
Elena rompió a llorar. En el exterior llovía intensamente. “Hasta los ángeles
lamentan mi pérdida”, pensó. El cielo continuaría llorando al día siguiente
mientras enterraban al conde. Elena, que no podía más con el dolor tuvo que
salir del cementerio. Cuando llegó a la casa, recogió sus cosas para irse. En
eso estaba cuando su vista se posó sobre la cruz que había sobre el cabecero
de la cama. Se quedó unos instantes mirándola y después se arrodilló frente a
la cama. Juntó las manos y comenzó a rezar diciendo:
– Rezo cada día. Nunca, jamás te he pedido nada. Voy a misa puntualmente
cada día y cada día me confieso. Sólo te pedí una cosa, quería tenerle a mi
lado. ¿O es que pretendes condenarme al celibato? No sé que planes tienes
conmigo, pero puedes ir olvidándolos. No quiero saber nada de ti. Desde hoy
renuncio a mi religión. Renuncio a ti, que no cuidas de tus hijos.
Se levantó y continuó con el petate. Quería irse cuanto antes. Esa casa era un
cúmulo de recuerdos. De dolor, ahora. Jamás volvería. Abrió la puerta y se
enfrentó a la oscuridad creciente.
La noche le daba la bienvenida con un manto de estrellas como guirnaldas de
fiesta. Las nubes se habían retirado a dormir y la luna se abrió paso en el cielo
nocturno. Elena caminaba despacio, sintiendo el peso de la mochila en la
espalda, y el del dolor de la pérdida en el corazón. Sin previo aviso, el suelo se
abrió bajo sus pies. Un pestilente olor a azufre y carne quemada invadió el
aire. El fuego salió de la grieta cegando temporalmente a Elena. Cuando
recuperó la visión deseó haberse quedado ciega. Una criatura de unos tres
metros de altura se cernía ante ella. Tenía la cabeza de un perro y unas astas
enormes, cuerpo humano y unas patas de cabra. Un pelaje negro cubría todo
su cuerpo humeante. Clavó en ella unos ojos rojos carentes de iris y pupilas y,
con voz atronadora habló así:
– ¿Qué tenemos aquí? - la criatura se inclinó y miró a Elena más de cerca –
Parece que has renunciado a tu dios pequeña mortal.
Elena, sin palabras miró a la abisal criatura. Se había quedado paralizada, no
sabía qué hacer o decir. Se limitó a mirar a la bestia sin decir nada.
– ¿Sabes? - dijo la criatura exhalando su fétido aliento a azufre – yo podría
ayudarte
– ¿Qué quieres decir? - preguntó Elena.
– ¡Vaya! Si sabes hablar. Es muy sencillo. Yo puedo resucitar a tu amor perdido,
Elena. Por un módico precio, eso sí.
– ¿Quién eres tú? ¿El diablo?
– ¿El diablo? ¿Yo? No, mi nombre es Belgamuil. Sólo soy un tipo al que le gusta
divertirse. ¿Qué me dices? ¿Juegas?
Elena se quedó pensativa, no sabía qué hacer, como iba ella a saber si aquella
criatura no trataba de engañarla. Aún así...
– De acuerdo, - acordó – jugaré a tu juego, pero si tratas de engañarme...
– Jamás osaría, ¿por quién me tomas por Lucifer? - Belgamuil rió su chiste y se
la quedó mirando a los ojos a continuación – De acuerdo, estas son las
normas. Tendrás que responderme correctamente a tres preguntas. Si fallas
una sola, y no doy segundas oportunidades, tu alma será mía hasta el fin de
los tiempos, y haré con ella lo que me plazca. Y me placen unas cuantas cosas,
créeme – El diablo la miró de arriba a abajo y se relamió, lascivo. - Pero si
aciertas, y atenta que este es el premio gordo, resucitaré a tu amor para que
disfrutes de él tanto como quieras. ¿Estás lista?
– Sí.
– Lo dudo pero en fin.
Belgamuil chasqueó los dedos y el suelo empezó a derrumbarse. Bajo las
capas de tierra que caían rugía un mar de lava ardiente.
– ¡Oh! Cuan despistado soy – dramatizó el demonio – olvidé comentarte lo del
tiempo. En fin si caes en una de mis trampas, también perderás. ¡Primera
pregunta! ¿Qué pesa más un kilo de paja o uno de plomo?
– No caeré en un truco tan trillado, demonio – contestó Elena – pesan
exactamente lo mismo un kilo.
– ¡Vaya! Muy, pero que muy inteligente, tesoro.
Belgamuil chasqueó los dedos de nuevo y el paisaje cambió. Elena se
encontraba en un prado verde, atada de pies y manos, y una manada de
bisontes en estampida se dirigía a ella a toda velocidad.
– Siguiente pregunta. Me dirigía hacia París, y en el camino me encontré con
seis mujeres con seis cestos en cada cesto llevaban seis gatitos. Señoras,
cestos y gatitos, ¿cuántos a París iban?
Elena se quedó un rato pensando haciendo sumas y después vio la trampa en
la pregunta. Era bastante obvia la respuesta.
– Uno, sólo tú ibas a París. Las señoras con los gatos iban en la dirección
opuesta. - respondió con firmeza.
– ¡Vaya! Sorprendente. Última pregunta.
Belgamuil volvió a chasquear los dedos. Elena se encontraba en un vacío
inmenso, de pronto notó que le faltaba el aire en los pulmones, que respiraba
con gran dificultad.
– Con mi furia desatada puedo hacer desaparecer bosques y hogares. Pero si
me usas bien te puedo ayudar a comer.
– El... el fuego – respondió Elena casi sin aire.
El vacío desapareció a su alrededor y Elena se encontró en casa junto a su
amado, que aún estaba tendido en el lecho sólo que ahora tenía los ojos
abiertos y sonreía feliz.
– Estoy... estoy vivo yo... - Las palabras se le ahogaron en la boca.
Una viga se desprendió del techo y cayó sobre él, segando su vida... de nuevo.
Una voz habló a la mente de Elena. La reconoció en seguida. Era la voz de
Belgamuil. “Prometí traerle de vuelta, no dejarle aquí” dijo la voz. Elena abrazó
el cuerpo destrozado de su amado, llorando, suplicando que se la llevara a ella.
Pero Belgamuil no la escuchó, y, si lo hizo; no dio muestras de ello.
FIN
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