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jueves, 30 de mayo de 2013

Diarios de Muerte 2 - Ankh - City, esa ciudad

La lluvia cae en un aguacero interminable, empapándome, recordándome a cada paso el
lamento de un niño. Repiquetea en los coches y en el suelo, creando charcos allí donde no los había
unos segundos antes. Oscureciendo la claridad, empapando mi tristeza. Mi padre solía decir que
la lluvia sólo moja a quien se deja. Creo que quería decir algo así como que si dejas que el dolor y
la pena te consuman, lo harán. Mi padre era una gran hombre, eso sin duda. Siempre decía
“Alex, lo que tienes que hacer es buscarte un buen hombre y dejar la policía, no es vida para nadie,
yo lo sé bien”. Se que él sólo pretendía que fuera feliz, como él nunca había sido. Pero, la verdad
es que de la única manera de la que soy feliz es trabajando en la policía.
Soy detective desde hace tantos años que, ya, no recuerdo otra vida. Desde que era una
niña quería ser detective. No fue una infancia fácil. Todos en mi colegio se reían de mi. Cuando
las profesoras preguntaban que queríamos ser de mayor todas las niñas respondían: princesa, actriz o
modelo. Y cuando llegaba mi turno y decía que quería ser detective todos se reían de mí, diciendo
que estaba loca. En el patio del colegio se reían de mí, me escondían mi ropa y me decían que lo
buscara y así iba entrenando. Perro yo nunca me rendí. Y cuando pude me presenté al examen
de la policía, aprobé con laudes. Hasta mi padre estaba orgulloso. Después aprobé el examen de
detective y aprobé con las mejores notas de mi promoción.
Ahora, después de dos años resolviendo casos en la bulliciosa ciudad de Jarabad, me
trasladan a Ankh City, a resolver uno de los casos más importantes del globo. El del asesino
apodado Kay. Es un reto para mí, pero odio esta maldita ciudad.
Ankh City es algo así como un infierno con altas torres de cristal llenas de individuos que te
miran por encima del hombro sólo por que visten con traje y corbata. Una ciudad donde te pueden
matar , robar, y/o violar a la vuelta de cada esquina. Y además en este mismo orden. Es una
ciudad putrefacta, llena de asesinos y ladrones, maltratadores y violadores. Los coches circulan sin
respetar la señalización. Los atropellos son casi diarios. Las madres lloran en las calles por los hijos
que han perdido tratando de buscarse la vida. A la vuelta de cada esquina hay un mendigo
pidiendo caridad embotellada en cristal.
Pero, al mismo tiempo, Ankh City; tiene ese algo que la hace mágica. Sus noches
estrelladas divisadas desde lo más alto del edificio Michelangelo son algo maravilloso. Se quedan
grabados a fuego en tu retina y en tu corazón. Es una mezcolanza de edades y razas. Tan
pronto te encuentras ante un edificio de aspecto gótico, que incluso podrías confundir con una
catedral, como que al girar esa misma esquina, vislumbras un edificio de una altura tan que parece
fundirse con la creciente penumbra en que se sumerge el cielo en su letargo.
Ahora me encuentro frente a la comisaría. De todos los de esta ciudad, es el edificio más
triste. Un pequeño edificio de tres plantas de sombrías fachadas grises cubiertas de pinturas soeces,
que dan a los agentes una idea de lo que pueden hacer con sus porras reglamentarias. En el
exterior pequeñas manchas de aceite indican donde aparcan los vehículos oficiales. Atravieso con
seguridad las puertas giratorias que dan acceso al interior del edificio. Sólo viendo el exterior
puedes imaginar el interior. Pasillos lúgubres con olor a orín y humedades que recorren las paredes
desde el techo hasta el suelo. Me acerco al mostrador de recepción donde un orondo policía
uniformado se hurga la nariz con tesón. Cuando me ve, ceja en su empeño y me mira de arriba a
abajo.
– ¿Y tú que quieres? - pregunta de malos modos
– Detective Carreras – enseño mi nueva y reluciente placa de detective, en parte para
acreditarme, y en parte para poner en su lugar a este idiota – Busco al comisario Torres
– Última planta, monada. - dice el impresentable volviendo a su tarea nasal y señalando con
el dedo libre hacia el ascensor.
Subo hasta la tercera planta donde otro agente uniformado me informa de donde
encontrar al comisario. Cuando llego a su despacho, hay otra persona dentro, un hombre de cabellos
oscuros y largos que me da la espalda. Llamo a la puerta y aguardo a que me den permiso para
entrar.
Cuando lo hago, el hombre que estaba sentado se levanta y se gira hacia mí con gesto
hosco. Tiene los ojos grises rondará aproximadamente los treinta años. Metro noventa, unos
ochenta kilos, y por lo que se aprecia a través de la camisa de tela barata que lleva pasa muchas
horas en el gimnasio...
No está nada mal, he de admitirlo.
– La detective Carreras, ¿verdad? - Hasta ahora ni siquiera me había fijado en el otro
hombre, aunque es natural con semejante efebo delante. ¿Pero que estás diciendo,
Alexandra? Te comportas como una colegiala. Analiza, analiza, analiza... El... el otro
hombre tendrá unos cuarenta años rondará el metro ochenta unos noventa kilos de pura
grasa, ¿Cómo coño me iba a fijar en él? Cielos me está hablando - ¿Detective? ¿Se
encuentra bien?
– Sí, sí, perfectamente. - Casi me pillan, ¡Diablos! - Imagino que usted será el comisario
Torres, ¿no es así?
– Sí, así es – el hombre grueso estrecha mi mano con fuerza. Eso refleja confianza en sí
mismo, seguridad y sinceridad. Y permítame que le presente al sargento Sanz, será su
superior y compañero en el caso Kay.
El otro hombre extiende su mano sin decir palabra y clava sus ojos grises en mí, como si
me desnudara con la mirada como si.... me... analizara.
– Bueno siento mucho que no tengamos tiempo para más – dice el comisario, - pero anoche
justamente Kai atacó de nuevo. Víctima número dieciséis. Estos son los datos del lugar
del crimen. El agente Sanz la pondrá al corriente por el camino.
Sanz se encuentra en la puerta, - ¿en qué maldito momento me soltó y fue hasta la puerta?-
sujetándola, esperándome. Montamos en el ascensor y bajamos al semi - sótano, donde está el
garaje. Él sube en un Shelbi Mustang GT 500 de color negro y con un gesto me invita a
entrar. Cuando lo hago, arranca y deposita sobre mis piernas dos carpetas llenas de fotos.
– Esos son los asesinatos anteriores de Kai – Me dice. Su voz es grave y pausada,
aunque firme y seria. No parece el típico hombre que suela gastar bromas a menudo - Échales un
vistazo antes de llegar al lugar del crimen..
Eso hago y, al ver esas fotos me quedo horrorizada. Hay mujeres destripadas,
desmembradas incluso una partida por la mitad. Sólo tienen una cosa es común estas imágenes, un
símbolo pintado en sangre en todas ellas. Un símbolo que se repite una y otra vez. Su símbolo.

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